Un anciano con espesa barba blanca y cabellera también blanca, ojos iluminados de un verde esmeralda y una media sonrisa audaz e irónica. En una taberna antigua, llena de viejos cuadros al oleo, recortes de poemas enmarcados y un piano sonando tenuemente, como acariciando el aire despacio. Estaba sentado en compañía de sus siete amigos, los amigos de toda la vida, tomaba un chato de vino tinto, a pequeños sorbos, con deleite, de repente dijo:
“Me permito, ahora, ser feliz.”
Todos lo miraron extrañados, solo su mejor amigo, sentado junto a él, le preguntó: ¿Qué quieres decir?
Miró a sus amigos, uno a uno, con una mirada dulce, sosegada y profunda, se detuvo unos segundos en cada uno de ellos, regalándoles una sonrisa sincera. Nadie hablaba, se hizo un silencio absoluto, solo se oía el piano que estaba en el fondo. Apoyó los brazos lentamente en la mesa, recostó la cabeza sobre ellos y cerró los ojos para siempre.
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