Puede. De hecho lo pienso: no estoy preparada para la curas de humildad. Creo en ellas, pero cuando me toca hacerme cargo...me resisto. Debo adecuarme. Sí creo en ellas, es un hecho, cotidiano, yo diría, de la vida de todos, aunque todos no lo piensen, ni lo conciban, pero continuamente estamos ante situaciones donde la cura de humildad se manifiesta.
Es como una torta sin manos también. Una llamada de la vida. Una sacudida para decirnos ¡aprende y espabila!.
¡Ja!, Me creía yo a salvo de la debilidad, de esa suavidad –fingida, pienso ahora, o impostada-- observada por mi en él. Pues toma. Débil me encontré yo y en ella fuerte se hizo él. Creció, se vengó --llego a pensar-- “Cura de humildad, Nela, buen ejemplo de cura de humildad” -me digo—
Basta la realidad de ahora para asumirla.
Y la experimenté. La experimento. Y ahora ¿por dónde seguir? Me pregunto.
Para enseñanos, las curas de humildad surten efecto dentro del alma. No puede ser de otro modo. Te aprietan el alma sin soltarla durante no sé aún cuánto tiempo. Las curas de humildad tienen mucho de dolor. De tocamiento molesto del amor propio, claro. Y eso duele, aunque queramos colocarnos en el lugar del fuerte. Quién será el fuerte. Tanto se habla de él, de la fuerza. Quizá se muestra actoralmente en estas situaciones, justo cuando ocurren, porque uno no tiene ningunas ganas de ser fuerte. Apetece más replegarse, encogerse. La fuerza viene después, cuando ha pasado el tiempo y estamos recuperaditos, un poco. Quizá en eso consiste la fuerza, me digo.
Y el dolor...uf. Va unido a esas curas para hacerlas efectivas. Si no, no me lo explico. Claro, una cura de humildad sin dolor, pues no funciona, no mella, no marca y no te alerta el recuerdo cuando conviene. Vale la pena recordarlas, concluyo.
Superada la fase negativa de apretura del alma y sanación del dolor, no se debe dejar de lado la cura de humildad. Error hacer eso. De todos modos, eso no impide reincidir. Somos algo torpes. O ingenuos. Bueno, al fin y al cabo nos ponen en nuestro sitio.
Menuda torta me he llevado. Sin manos. Dos veces muy seguidas. Tampoco es justo. Otra reflexión: torpeza acusada la mía en estos últimos 15 días; debí escuchar más a mi hermana, debí escuchar más mi parte incómoda pero más sabia...debí atender mis señales, pero por ir de listilla, o de curiosa, toma cura de humildad. Para recordar. De libro. ¡Ay!, no se estira tanto el ego. Aún ahora, me resisto a bajarme del burro. Pero, ahora, precisamente ahora, debo estirar el ego. Ya es el momento de la fuerza de verdad.
Y ahora mi dilema: si hago el uso de la fuerza de verdad, si estiro el ego ¿quién me advierte del acecho de la cura de humildad?
Cansados debates los interiores. Los peores. No hay nada tan agotador como mirarse dentro de verdad. Para sacar, la mayoría de las veces, pocas cosas claras. Bueno, una sí: no me gusta este lugar. Quiero poder salir. Pues asume, aprende, acepta. ¿Decide uno mismo cuando hacer todo eso?
Hay curas de humildad que no nos merecemos. Sólo yo debo colocarme en el lugar que me corresponde. Y si hay alguien que no está de acuerdo, que te mire desde otro ángulo, o apague la luz. Déjale soñar.
ResponderEliminar