Yo creo en la Caperucita Roja. Eres subnormal, dice la gente. Tienes treintaisiete años, dice mi madre.
Yo creo en la Caperucita Roja, y el Lobo con las piedras en el vientre soy yo. Y pronto tengo que morir. Me lo contó la Caperucita Roja. Pasa de visita por mi habitación cada noche para sacarme las piedras porque me tiene tanto cariño. Durante el día casi no puedo creerlo, pero en la noche estoy tumbada tan pesadamente en mi cama, y me vuelvo aliviada porque sé que me ayudará la Caperucita Roja.
Me duele un poco cuando intenta sacar las piedras con su navaja grande. Hasta ahora no lo logró ni con una piedra, creo, pero es duro para la Caperucita Roja también. Suda y tose mucho. Yo apreto los dientes. Se me pone calientito la cabeza y todo está un poco pegajoso y mojado. Es mejor no esforzarme tanto a ayudarle a la Caperucita Roja y para no sufrir tanto dolor... A veces ya estoy tan somnolienta que no me entero de su visita. Pero no es tan grave eso, la Caperucita Roja también me visita en mis sueños.
Nunca habla. Pero yo sé que tengo que quedarme calma, ni un pío, y también el dolor se va calmando. Sólo una vez me dijo una cosa la Caperucita Roja; antes no sabía que yo era el Lobo con las piedras en el vientre.
A veces me gustaría ver su cara. Siempre está tan oscura la noche cuando viene. Pero otras veces no la quiero ver.
Llevaba una piedra bajo el corazón. Ayer de repente sabía que por fin llegó el momento. Había dado fruto la ayuda de la Caperucita Roja, como suele decirse.
No tardó mucho y salió una de esas piedras. Muy ligera era, suave, blanca y roja. La puse en la taza de inodoro y tiré de la cadena, era facil. Me pregunto cúantas quedarán.
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