Aparece malvado. Es por su carencia de hojas. Pero durante la época fría deberá ser así, me imagino. Muestra su naturaleza verdadera, se quita la máscara y allí está, deshojado y sin velo y ningun traje de hojas aún impide la mirada de las cortezas a la que nosotros nos sentimos expuestos. Y nudosas son las venas estiradas, más oscuras que el trasfondo nocturno.
Caen los dos al mismo tiempo, sol y ciudad.
Al lado, unas luces atraviesan cansadas las cortinas. Son el confeti del programa de televisión que se proyecta en la pared de la casa enfrente, ensuciando parte de mi árbol: Otra vez un atentado en algún país arenoso y lejano. Otra vez se les acaba la comida al sur y las comilonas al norte. Y otra vez somos NOSOTROS quien estamos en la misma onda, mientras ésa sepulta a los otros bajo sus brazos mojados. ¿Dónde? En aquel mundo donde se forja tus ansiedades y tus terrores – sistemáticamente humano. Sólo interrumpido por el bloque de anuncios que proporciona bondadoso los pasatiempos y da las esperadas razones para vivir.
Y los columnistas, aquellos sabios, opinan que es falsa la suposición que nos hace unas fundas sin alma la televisión, unos meros consumidores. Más bien es así, según estos señores y señoras: La caja tonta primero nos quita nuestra funda, nuestra piel protectora, y luego nos da con su programa las fundas que tanto ansiamos.
Ahora yo nos veo: Estamos allí a nuestro lado, nos miramos a nosotros mismos para no reconocer nada y para no ser reconocido por la nada: No queremos tener testigos cuando llevemos nuestra integridad a la basura, ni cuando enterremos los cadáveres de nuestra voluntad en el bosque.
El árbol ante mi ventana. Está pelado, deshojado, espantoso. ¿O sencillamente sincero, un poco silencioso? ¿Y por eso es – tal vez – tan bonito, único y fiable?
Yo, detrás de mi ventana, aún miro sin ver, aún sin fuerza de voluntad, pero Alguien abre la ventana y yo me deslizo hacia afuera, porque resulta la única manera de escapar. El aire está claro, tiene frio, y así caimos en nuestros brazos...
Con la salida del sol, la ciudad
también ha de fingir la cara seria de la vida.
Y tras mi ventana se ve un hombre tumbado. Es un ángel de nieve, no inmaculado, pero con calma en el alma. Eterno y sin aliento es el abrazo con la tierra al pie de este árbol. Su mirada aún está centelleando, pero a la segunda ya se acaba.
Es un hombre de conciencia ecológica, se siente obligado a la sostenibilidad. Quiere ahorrar energía. No cambia al standby.....................
Apaga, extingue,
agota, reposa,
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–OFF–
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