Me levanto cada mañana, con un poco más de vida que el día anterior, pienso, no sé cómo funciona esto de vivir, pero eso de levantarme es la única certeza que tengo de haber ganado un día más. Tal vez con él, llegue algún amor, un nuevo conocimiento, alguna tristeza, algún viaje a lo desconocido, vientos, vientos y porqué no? un viaje en paracaídas. Desde hace algunos meses ha comprendido que no hay más libertad que permitirse cambiar. Cambiar en eso consiste ahora su proceso de vida, cambia algunos discursos que cayendo desde el piso de la terquedad, van quedando estortillados en el pasado, en las historias que van quedando atrás, cambia algunas creencias, algunos héroes se convierten en villanos y algunos lugares están cada vez más cerca. Toma un café, nada mejor que un buen café para empezar el día, a ella le gusta, mucho, no recuerda que le guste algo más que el café. El café antes que con leche, lo prefiere sumado a alguna compañía. Recuerda que en otros tiempos, siempre tuvo con quien compartir el café de la mañana, sí, eso hace, recuerda. Esa es su estrategia recuerda para recuperar, para reconstruir, para transformar sus propias historias, las historias de otros, las que conoce, las que algunos quieren ocultar, las que otros han tenido que callar, las que muchos no quieren ver.
Cuando estaba pequeña, durante las vacaciones viajaba a casa de sus abuelos, todos los días, ella, la anciana de siempre, la llamaba con una sonrisa. Lávate la cara, le dijo cada mañana. Cuando la niña lo hacía, se dirigía a la vieja cocina, construida con guadua y bareque por Don Abel, su abuelo, quien al llegar la recibía ofreciendo un lugar en una de las barbacoas, entonces todos tomaban café, mientras conversaban.
El café también ha sido mi compañero en los proceso creativos, si alguien desde afuera hiciera una fotografía cada vez que escribo, que creo, que fantasea, vería como siempre al lado del computador o del objeto creador, además de mis historias, de mis heridas, de mis alegrías, de mis sueños, de mis miedos y melancolías, hay siempre una buena taza de café.
Después del café, toma una buena ducha de soledad, en sus primeros días, lo hizo para acercarse, para perderle el miedo. Pero luego aprendió a quererla, a distribuirla por todo su cuerpo, a hacer espuma con ella sobre su cabeza. Hoy se dedican tiempo, se escuchan, se acarician, se disfrutan. Se enseñan a escribir una nueva historia. Me cocino una buena torta de lecturas, poesía, novelas, noticias, crónicas. De postre un poco de política y cultura, mezclado con una pizca de buen humor, negro para darle un toque picante. Alimentada ya, salgo buscando algún nido que me acoja durante la siesta, quisiera salir desnuda a la calle. Hace algún tiempo oigo, veo, escucho, gusto un poco mejor, pero y ¿la piel?, a la piel aún le cuesta trabajo sentir.
Piensa que tal vez estaría bien, salir con la piel vestida de desnudez, quizá al sentir el frio, el aire, el rose de las hojas que caen de los arboles, las miradas de sorpresa o indiferencia, su piel reaccione y le permita sentir con un poco más de intensidad, para luego retratarlo sobre algún papiro. Si, lo mejor es salir desnuda, así lo hace y así camina por las calles, recibiendo lo que le es entregado a cada paso. Los poros, al principio tímidos, van abriendo sus bocas para beber la vida con mayor tranquilidad, con sorpresa, con incertidumbre, con fluidez, con intensidad, con el tiempo necesario para comprenderlo todo, para echar los fantasmas a la basura, para recuperar los tiempos perdidos y ganar los que nunca existieron.
Con cada recorrido por las calles o la memoria, acumula trocitos de libertad. Recoge los restos que otros o ella, han dejado, vomitado, rechazado, olvidado, omitido. Entonces así cargada, recargada, con el atardecer vuelve.
En MÍ, en mi casa, vestida de recuerdos, me siento y escribo.
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