–¿Y quién es la afortunada? – me preguntó Mario –. ¿La de la fiesta en el Matrix?
–Hombre, ¡no! Hablo de la muchacha del supermercado. Esa cajera alemana – le contesté con una sonrisa atrevida. Mario arqueó las cejas y con una de sus miradas tan crípcticas me señaló sus dudas.
–¡Olvídalo, cabrón! – dijo –. Mírate a ti en el espejo y mira a esa teutona rubia. Es una diosa germánica, solo consiste en senos, culos, labios... Va a enterrarte bajo sus formas enormes, créemelo. Además, ni aun sabes su nombre, ¿no?
–Elke – dije, – se llama Elke.
–¿Elke? ¡No me jodas, tío! – gritó de risa mi amigo. – Nunca he escuchado un nombre tan estúpido... Aunque su apariencia podría sugerir un nombre tan másculino, ¿por qué sus padres no la llamaron „Lake“? Ay, pobrecita.
–Cállate. A mí me encanta su nombre, me llena de poesía.
–¡Tu madre, tío! ¿Estás moco? ¿Te enamoraste de una cajera alemana quien anda con su cuerpo extraterrestre por nuestro planeta modesto, creado con el único propósito de seducir a nosotros, unos hombrecitos desgraciados?
–Sin embargo-...! – yo quería decir algo, pero me resultó dificilíssimo parar a Mario. Él sigió:
–... y se llama Elke. Es redículo. No es una gota en un vaso colmando, sino es un grumazo. ¿Elke te llena de poesía? Hombre, estás bien puteado...
–Tranquílate – le respondí, esta vez a toda costa con la intención de expliquarle mis sentimientos. – Oye, escribí un poemita para ella. Hoy por la noche voy a pasarme por su casa y recitarlo ahí en el patio delante de su ventana, sabes. Por eso necesito saber tu opinion, ¿vale?
–Eh, claro – balbució Mario asombrado.
–Bien. El poema se llama
Sin Elke
Elke, yo querría quedar contigo
en algún lugar, en mi queli o en el trigo.
Elke, el queque se me quemó, lo siento, soy un huevón,
un queco y mi vida es un quemón.
Pero no te quejes Elke.
El poema este
es sólo pa ti.
Y claro está:
No puedo vivir sin „el que“.
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