Libremente creando
la libertad de crear la libertad de la creación.
– Quiero escribir de la libertad.
– Tío, ¿me estás hablando en serio? ¿No crees que sería un poco exagerado escribir justo ahora mismo (y en general) sobre algo como ‚la libertad‘? Casi no acabamos de levantarnos, es domingo por la mañana, coño, nuestra cabeza todavía está estropeada de esa maldita enfermedad, ¿y tu me vienes con ‚la libertad‘?
– ¡Hombre!, para ti siempre hay alguna cosa, nunca es el momento apropiado. ¿Por qué siempre te molesta tanto si yo intento hacer algo extraordinario?
– Ah, ¡qué va! No te enfades. Se nos hacemos bien comodito y vemos una peli o algo así. Te traigo el desayuno a la cama y tu, qué descanses un poquito. ¿Qué te parece?
– Hm. De verdad, no suena tan mal. Ya tienes razón. Pero sabes, lo de la libertad, pues, es un tema que me inquieta de vez en cuando.
– Si, si, puede ser. Es que no digo nada en contra de la libertad, pero mira, lo que pasa es que la es una palabra grande, déjales describirla otros, ¿vale? De todos modos tu no estarías capaz de hacerlo, ¿no?
– ¿Por qué no? ¿Qué quieres decir con eso?
– Pues, escribir un poco en su diario no me parece mala cosa – aunque eso para mi no represente más que unas gotitas aburridas de llorona – pero, está claro que tu – lo siento mucho y, sí, también tienes tus caras bonitas, sin dudas – pero tu... ¡tu simplemente no puedes escribir!
– Pero... pero ¿por qué nunca me apoyas?
– Vaaaamos, ¡que sí lo hago! Ahora, qué te relajes y yo voy para el desayunito bien rico...
– No.
– ¿Qué? ¿Cómo que no?
– No hay desayuno en la cama hoy.
– Pero... –
– No hay desayuno en la cama hoy, no hay ni una película de mierda ni „tranqui, tranqui“ ni relajamiento, ¡hijoputa! ¡Nunca jamás! Voy a escribir sobre la libertad, maldita sea, y tu puedes metertelo por el culo tu desayuno de mierda. ¡Tómate la libertad!
(– Hostia, ahora la cosa se está poniendo fea. Mejor me marcho...)
– ¡Eeesa! ¡Piérdate hijoputa!
A ver, sí es cierto: La libertad es una palabra grande. Lo que me interesa a mí aquí es en primer lugar aqulla libertad / seguridad / autonomía / resistencia / estabilidad / serenidad / consciencia interior que se nos da la posibilidad de escribir / crear / expresar / cagarle a la muerte en su mesa y todo esto sin la presión / violencia / amenaza / influencia cualquiera de obstáculos / temores / límites. Vamos a hablar especialmente sobre la pregunta: ¿Qué hago yo para crear aquella libertad de la que creo que no la tengo?
Se habre la cortina y entra a la escena una paradoja bien gordita: Dije que trataba aquí la libertad que me posibilita „crear“. Al mismo tiempo, sin embargo, mi pregunta indica la necesidad de „crear“ precisamente esta libertad. Entonces, para obtener la libertad („la libertad de crear“) deseada ya antes es indispensable crear. ¿Crear qué? Pues, la libertad. Hace poco aun asumimos que es la libertad que nos facilita o posibilita la creación, pero obviamente ella misma es el resultado de un proceso creativo / creador.
Así, de cierta manera, es como lo de la gallina y del huevo y nos damos cuenta por primera vez, cúal es el verdadero núcleo de nuestro problema. ¡Para obtener la libertad de la creación antes o al mismo tiempo requiere de la creación de la libertad! Es un asunto complejo. No existirá una verdad universal que sigue las leyes de la lógica para circunnavegar ese paradójico. Qué fastidioso, ¿no?
Para procesar muy precisamente hay que sondear la segunda parte de mi pregunta: „que creo que no la [la libertad] tengo“. Contemplándolo lógicamente, esa parte implica que exista la posibilidad teórica que sí ya poseso esta libertad. Sólo creo que no es así. Bueno, tal vez esto es lo gracioso del asunto y se va a decirme: „¡Hombre!, pues, fíjate: Esás escribiendo este texto sobre la ausencia de la libertad de escribir. ¡Entonces sí hiciste uso de ella! Si no la tuvieras ya no habrías podido escribir todo esto. Es tan fácil.“ Mierda de terapeutas, ¿no? Pero bueno, si es útil... Quizá sigo escribiendo...
En serio. ¿Por qué no un poco menos abstracto? ¿Con un poco más de referencia al acto real de la creación? Entonces, qué hago yo efectivamente en el siguiente caso: Me gustaría escribir, pero obviamente no poseo la libertad de hacerlo. ¿Qué hago para crear esa libertad? Pues, tomo un café, echo un vistazo por la ventana, mastigo un chicle y me pongo unos tapones para el óido o unos auriculares con música... O sea, me preparo al acto sagrado de la escritura mediante un procedimiento ritual. Busco crear el alrededor optimal en la que podría occurrir aquella anhelada eyaculación de palabras. Resulta en la ocultación más amplia del entorno: la luz apagada, la persiana enrollable bajada, sin hacer ni una pausa; no oir ni ver ni sentir ni oler ni nada.
Entonces lo que destaca es mi afán de blindarme para consequier una interioridad e intimidad totales. No hay espacio para los factores externos. Y no es sorprendente esto, ya que mi miedo de ser distraido es grandísimo. Estoy consciente de que – aparte de mi pereza general y mi falta de disciplina – sobre todo el peligro de la distracción, la tercerización de mi actividad intelectual es el obstáculo más grande en cuanto a mi búsqueda de la libertad. Se trata de factores externos muy banales. El consumo. Consumo de todo. Pero además estoy hablando de mi opinion omnipresente y casi existencial que „estoy un poco cansado“. Siempre pienso que „estoy un poco cansado“. ¿Cuándo era la última vez que no era así? De ahí surge por un lado el miedo de que de verdad sea así, que eso sea de hecho alguna especie de síntoma de deficiencia corporal. Por otro lado temo que sólo suelo esconderme detrás de mi cansancio por desgana mental. Entonces no puedo animarme ni deshacer los nudos en mi cabeza. Otra vez es la gallina con el huevo. ¿Quién vino primero y, quién parió a quién? ¿La apatía corporal o la mental?
Acabamos de contemplar las pocas „medidas“ que suelo aplicar para posibilitar el acto de escribir durante éste mismo. Ahora queremos volver a echar un vistazo más amplio a mis intentos de crear la libertad de crear en un sentido cotidiano.
Durante mi día día sí me ocupo mucho de mis obstáculos. Casi nunca encuentro soluciones pensando. Doy vueltas y vueltas, por lo que me hago reproches, por lo que me hago reproches. O sea: Me reprocho que no se reflejen de ninguna manera mis pensamientos en mis actos. Y además: Por reprocharme esto suelo hacerme otros reproches.
Pero bueno. Intento vivir más ‚abiertamente‘: Mantengo los ojos (y todos los sentidos) abiertos, apunto mis ideas, contemplo, reflejo, argumento, critico y disputo las cosas que ocurren alrededor de mi. Intento recordar historias tensas e intensas, intento recapitular mis sueños, intento (aunque sin mucho éxito hasta ahora) utilizar creativamente mis delirios y locuras, intento conectarme con otros de mi especie extraña, intento atreverme a imaginarme la idea de que la escritura realmente pueda formar un parte importante en mi vida futura. Que es muy duro. No porque no sea así: Como ocupa tanto mis pensamientos el tema de la escritura, ya resulta siendo una parte central de mi vida, ¿no? Simplemente es el número pequeño de resultados satisfactorios que la hace tan poco convincente, la imagen de una vida de escritura.
Sin embargo. Escribir también o ante todo es un oficio manual. Así no es nada que podría hacerme fracasar porque: Realmente creo que yo puedo conseguir todo, hacer todo lo que yo quiera. La vida (niñez / enseñaza / educación) y la gente que me rodea (padres / familia / amigos / ‚mentores‘) me han dado las herramientas para todo esto. No estoy dependiente de algunas dotes transcendentales. Y aún si fuera asi: ¡Hasta ahora no se ha podido probar que yo no las tenga!
Pues, en resumen de todo esto parece tratarse de una situación bastante agotadora: La libertad de escribir / de crear / de vivir la tengo, mirándolo objetivamente. Está allá como todo lo demás. Pero tengo que crearla una entrada a mi. Transcurren dos procesos que se ocupan a abolir el muro entre yo y mi libertad: Por un lado es mi lucha interna. Debo intentar con todo lo que tengo herir estos malditos muros, causarlas unas grietas bonitas hasta que tal vez se derrumben un día. Además ésto probablemente nunca pasará si los muros no hagan la experiencia del tiempo, el tiempo que por fuera suaviza los muros intransigente como el viento.
Bueno, así es. Tienes que ocuparte de tu parte, muchacho. Contrólate, respira y, a ver si no tendrás alguna herramienta en tu cajón que te podría ser servible. O quizas lo haces de manera tradicional y preguntas a tu vecino si tiene algo para ti. Y si sólo son azúcar, huevos, harina, leche: ¡Hornéate una tortita rica y deja la lloradera!
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