Un miedo : Alguien me persigue en la noche en una calle larga, vacía.
Un sentido : El oído y el tacto.
Siento miedo, un miedo hiriente, cortante, siento miedo físicamente, cada poro de mi piel
reacciona como un único ente y sudo, no paro de sudar.
La soledad en la noche es patente, se huele, es una soledad azulgris
de invierno, de tierra
mojada mezclada con asfalto.
Sólo se escuchan nuestras pisadas a lo largo de la calle eterna, chapoteando, mis 2 pasos, las 4
patas de mi eterno acompañante.
Vamos rápido, casi corriendo para salvar la distancia entre la calle infinita y el calor
coloreado por las agudas notas de Miles Davis del hogar.
Poco a poco, voy sintiendo una nueva presencia, es absurdo pero puedo presentirlo antes de
oír el leve repiqueteo de sus zapatos, o quizá se me antojan botas altas y gruesas.
No! no! no pienses en eso, no es posible, otra vez no.
Mi corazón se acelera a la par que mis deportivas intentan sacar ventaja, justo la necesaria
para poder salvarnos para siempre.
Noto como mi acompañante me mira, me observa, dentro de su percepción animal capta mi
agitación, mi desasosiego, que crece en forma de espiral convirtiéndose por momentos en
pánico, al oír ese clip/clap cada vez más cercano.
No quiero mirar, no quiero captar su atención (ni que perciba como la sangre se agolpa en mi
sien), voy corriendo, mi acompañante ya no me observa, se deja envolver por la locura y corre,
corre y me empapa en su carrera.
Los pasos también se aceleran al tiempo, siento que el final está más cerca y no me voy a
salvar, escucho el palpitar del corazón, la sangre, mi respiración entrecortada, me ahogo, mi
mente vuela entre oscuros pensamientos, flashes de aquella madrugada, puertas y ventanas
que no cierran, repiqueteando, huida, una huida constante, mientras mi cuerpo reacciona,
está eléctrico a punto de descargar una tormenta.
De pronto, oscuridad, ladridos, una caída, me encuentro rodando, siento frío, estoy empapada,
entumecida.
En ese momento, siento como un largo y cálido lametón me recorre el cuello y toda la cara
devolviéndome a una realidad mucho más azucarada mientras a lo lejos las pisadas se tornan
tenues hasta que la presencia se diluye en el silencio de la noche.
Un sentido : El oído y el tacto.
Siento miedo, un miedo hiriente, cortante, siento miedo físicamente, cada poro de mi piel
reacciona como un único ente y sudo, no paro de sudar.
La soledad en la noche es patente, se huele, es una soledad azulgris
de invierno, de tierra
mojada mezclada con asfalto.
Sólo se escuchan nuestras pisadas a lo largo de la calle eterna, chapoteando, mis 2 pasos, las 4
patas de mi eterno acompañante.
Vamos rápido, casi corriendo para salvar la distancia entre la calle infinita y el calor
coloreado por las agudas notas de Miles Davis del hogar.
Poco a poco, voy sintiendo una nueva presencia, es absurdo pero puedo presentirlo antes de
oír el leve repiqueteo de sus zapatos, o quizá se me antojan botas altas y gruesas.
No! no! no pienses en eso, no es posible, otra vez no.
Mi corazón se acelera a la par que mis deportivas intentan sacar ventaja, justo la necesaria
para poder salvarnos para siempre.
Noto como mi acompañante me mira, me observa, dentro de su percepción animal capta mi
agitación, mi desasosiego, que crece en forma de espiral convirtiéndose por momentos en
pánico, al oír ese clip/clap cada vez más cercano.
No quiero mirar, no quiero captar su atención (ni que perciba como la sangre se agolpa en mi
sien), voy corriendo, mi acompañante ya no me observa, se deja envolver por la locura y corre,
corre y me empapa en su carrera.
Los pasos también se aceleran al tiempo, siento que el final está más cerca y no me voy a
salvar, escucho el palpitar del corazón, la sangre, mi respiración entrecortada, me ahogo, mi
mente vuela entre oscuros pensamientos, flashes de aquella madrugada, puertas y ventanas
que no cierran, repiqueteando, huida, una huida constante, mientras mi cuerpo reacciona,
está eléctrico a punto de descargar una tormenta.
De pronto, oscuridad, ladridos, una caída, me encuentro rodando, siento frío, estoy empapada,
entumecida.
En ese momento, siento como un largo y cálido lametón me recorre el cuello y toda la cara
devolviéndome a una realidad mucho más azucarada mientras a lo lejos las pisadas se tornan
tenues hasta que la presencia se diluye en el silencio de la noche.
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