La belleza que emana el ser es extrañamente salvaje y cálida a la vez, un halo de dura frialdad
se transluce al fondo de la (tierna) estática mirada.
Está cubierto de una densa capa blanca de un tejido desconocido, formado por miles de
escamas velludas, que siguiendo un patrón, le confieren un aspecto acolchado simulando
campos de nubes o algodón.
Al moverse, esa inquietante piel transmite el balanceo armónicamente de escama a escama,
recordándonos entonces, el dulce rastro de ondas dejado por una piedra al danzar por el
agua.
Tiene un porte majestuoso, temibles garras, patas torneadas, un esbelto tronco coronado por
una altiva cabeza de pájaro donde un enorme pico dorado nos presagia una violencia posible.
El plumaje multicolor de su cabeza, un brillante arco iris , refleja con intensidad los rojos
anaranjados de los rayos al atardecer.
Ojos oscuros y rasgados de aguilucho supervisan todo desde la altura, mientras que una cresta
azul anaranjada corona su cabeza rozando el cielo.
Al extender sus prominentes alas su tamaño se multiplica y parece tocar el antiguo olimpo de
los dioses.
La maravillosa criatura me confunde, me confunde como un dios de tiempos pasados,
transmitiendo señales de paz y de guerra, el bien y el mal simultaneamente.
Quizás sea un juez divino, un ángel exterminador, o tal vez la misteriosa Ave Fénix, renacida
de el fuego purificador de las orillas del Nilo.
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