Hace un tiempo incalculable hubo un grupo de almas encargadas de habitar los diferentes
mundos y vivir su experiencias en comunidad. Pero eran mucho los lugares y
pocos los habitantes lo cuál suponía un inconveniente para la experimentación
como seres sociales. De este modo, decidieron, no se sabe muy bien cómo,
dividirse en dos mitades formando así almas gemelas. A pesar de ello, seguían
siendo pocas. Y volvieron a dividirse sucesivamente hasta llegar, dicen, a once
pares afines a nuestra propia alma, sumando veintiuna más la nuestra,
veintidós.
Esto lo dice una leyenda muy antigua y
rescatada generación tras generación por unos pocos interesados en el tema.
Pero quizás sea mucho más común de lo comentado habitualmente. Porque ¿quién no
ha tenido nunca el anhelo de un alma gemela? Alguien con quien compartir las
alegrías, los retos, los sueños, las esperanzas, los malos días o los días
tontos, la vida en sí. Sentirse
acompañado aunque no esté al lado, saberse querido tal como se es, respetado y
amado hagas lo que hagas…¡sin ser tu madre! Tener buen sexo, charlar, ir a
bailar, mirar las nubes, reírse o sentirse acurrucado y mimado.
O incluso, ¿quién no se ha encontrado con
personas muy afines con quienes nos sentimos en armonía desde el primer
momento, como si la conociésemos de toda la vida? ¿No podríamos llamarlo un
alma afín a la nuestra?
Pero no son muchos los afortunados a
quienes le sonríe la suerte, incluso alguna vez hemos podido conocer a alguien
cuya vida pasó sin encontrarlo. O quizás anduvo de puntillas por su lado y no
fue capaz de identificarlo.
¿Cuántas veces habremos rechazado
situaciones, cosas, personas, sin ser conscientes de su valor?
Pero todo está bien.
Todo llega a su debido tiempo.
Todo es como realmente debe ser, sin
necesidad de cambiar ni un ápice.
Aunque sólo al pasar el tiempo comprobamos
la veracidad de esta información y mientras nos ocurre somos incapaces de dejar
de lamentarnos: “No lo hice”, “lo hice mal” o “dejé de hacerlo”.
Todo cuanto buscamos , también nos busca a
nosotros, por lo tanto lo más sabio es quedarse parado, o en el movimiento
podemos pasar por el lado sin darnos cuenta.
Ilustración: Marco Colín
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