Vamos a
ver. Belzec, am 20. März 1942. Vale,
hasta ahí bien. Das KZ ist sehr gut bis jetzt
funktioniert… Buf. Pasa con mucho el alemán
básico para guiris de la escuela de hostelería. Los números del uno al cien y
las bebidas de la carta. “Por favor” y “gracias” y “al fondo a la derecha” ya
los saca uno con la experiencia y la necesidad de buscarse la vida. Tendría que
haberme traído el diccionario. Pero claro, yo qué iba a saber. Sólo me ha dicho
que no se encontraba bien y que viniera a verlo. ¿Viene alguien? No. Es el
grifo del baño, goteando.
Éste al menos chapurrea bien en español, y tiene buena conversación, Amadorr esto, Amadorr lo otro. Conmigo
siempre ha sido muy agradable, aunque a primera vista no se le distinga de un alemán
estándar, un jubilado viejo y reseco. Como cualquier otro que llega al pueblo
en verano para cocerse como una cigala. Ni me acuerdo de la primera vez que
llegó al bar con su camisa de manga corta desabrochada, y empezó a sentarse en
la barra día sí día también. Un gin tonic,
porr favorr. Cuando llega el otoño es
casi el único que se queda aquí. Esta casa es enorme para él sólo, ¿es suya o
la tiene alquilada?
Voy a meterme en un buen lío.
¿Viene alguien? No. Tranquilo. No viene nadie. Él desde luego no está para
levantarse de la cama, y si se le ocurre se le oirá venir por el pasillo. La
criada ha salido a comprar hace ya un buen rato. Y si la oyes llegar, sueltas
el diario en la primera balda y sigues curioseando la librería como si nada. El
cajón estaba sólo un poco abierto cuando llegué, ella no se va a poner a mirar
si falta nada. Y menos aún un cuaderno, si el estudio está lleno de libros, y
María tiene pinta de saber tanto alemán como yo. No, no creo que los haya
tocado más para limpiar el polvo. No va a darse cuenta. A todo esto, ¿qué me ha
dicho el viejo que le lleve? ¿Algo de Schopenhauer? ¿Dónde está la S? En el
tercer estante. Vale.
Estoy tardando mucho. Vamos, qué
más. Hans und Peter brauchten mich
dort... Hans y Peter… agh. ¿Y si me llevo el diario,
lo echará en falta unas horas? ¿O mejor dejarlo donde estaba y volver luego?
Podría entrar sin preguntar, ya me ha traído a la biblioteca muchas veces, para
enseñarme su colección de mariposas, y sus trozos de coral, sus sellos, esta
alfombra persa que vale más que lo que gano en un año. En ese armario sé que
guarda armas antiguas. Mucho dinero y tiempo libre. Me dijo que era un
diplomático jubilado, que no tiene hijos. ¿Estuvo casado? Sí, cierto, con esa
tal Helga, o Helen. Me enseñó su foto de boda hace ya tiempo. Ella murió, no sé
de qué.
Tendrá pocos amigos en España si
me llama siempre a mí, hasta para estas cosas. ¿Y ese ruido? No, nada, el suelo
de madera crujiendo. Conmigo se ha portado bien. Que si le recuerdo mucho a su
hermano Gustav cuando aún vivía, que si quiero ir a tomar un café en su porche antes
de entrar a trabajar, que si quiero ver la lluvia de estrellas desde su terraza
porque tiene un telescopio suizo genial. Y yo sí, sí, claro que sí Herr Schreiber. Deja buenas propinas y
hay que tener contenta a la clientela, claro, pero aparte siempre tiene algo
que contar, trozos de su vida cuando era joven y vivía en Westfalia, el primer
coche que se compró, de cuando estuvo dos años en el Congo belga. Que le viene
bien recordarlo, porque está escrribiendo
sus memorrias, parra serr publicadas cuando muerra.
Bien. Pues que empiece por escribir
cómo conseguiste las condecoraciones en esta foto de la primera página. Esa
parte nunca me la ha contado. Porque, ¿es él, no? Sí, los mismos ojos y la
misma nariz. Pero en el reverso pone otro nombre: E. Kauffmann. A fecha de 5.
Februar 1943. Esto me suena mal. Jodidamente mal. Maldito cabrón. Y yo
viniendo a visitarte como un buen samaritano. Espero que la intoxicación de
gambas le dure una buena temporada.
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