Basado
en la canción “Los silencios de Linda” (LITUS)
Otra tarde más en este café. Mis
notas, mi portátil y un caramel macchiato.
Intento concentrarme, pero Linda no está por la labor. No me deja quitarle su
ropa, su piel. No soy capaz de desnudarla del todo. Se resiste.
En este momento
está sola en un callejón oscuro. Un hombre la ha venido siguiendo durante
algunas manzanas y no sabe qué hacer —desde luego, la situación no pinta bien—.
Ha tenido mala suerte. Ha girado en la esquina equivocada y ahora no encuentra
una salida, pero ¿cómo puedo arreglar esto? No ha parado de hablarme en varias
semanas y de repente, se ha ido. Aunque no debería sorprenderme que tras tantas
horas con ella me las pague con silencio.
En el parque, alguien
la espera. Un tipo que conoció hace dos noches. Mata el tiempo observando cada
detalle en torno al memorial Strawberry Fields mientras tararea algo que se
parece a Imagine. A su lado unos
chicos están cantando Give peace a chance
y más allá un vagabundo yace aferrado a una bolsa de papel que hace invisible a
ojos de la policía una agonizante botella de bourbon.
Me quemo la lengua.
Siempre me pasa. Además, nunca recuerdo que no tengo sensibilidad térmica en
los dedos. Vuelvo con Linda. ¿Qué quiere este hombre? Puede ser un admirador,
nada más. Al fin y al cabo ya cuenta con un cierto renombre en los cafés del Greenwich
Village. Llama la atención su particular manera de versionar los viejos standards y sus composiciones, siempre
tristes pero con ritmo.
En Irlanda era la
cantante de una banda. El humo de los pubs le fue rompiendo una voz que terminó
de quebrarse al descubrir que la única manera en que podía seguir adelante era
dejándose la piel en cada canción. Y con el tiempo no podía entender la música
de otra forma, y aprendió a aplacar el sobreesfuerzo de sus cuerdas vocales con
un chupito de whisky. También llamaban la atención sus silencios, la mesura en
sus palabras al bajar del escenario y sus ojos, verdes.
Aquel tipo apareció
en el bar. Gris, casi invisible. Solamente levantaba la vista de vez en cuando
para pedir al camarero otra copa. Linda estaba en el escenario.
Al terminar su actuación se acercó a
la barra. Pidió un chupito de whisky y se cruzaron sus miradas. Hubo un
instante de luz. Silencios. Besos con
sabor a nervios. Bagels para
desayunar junto a la boca de metro de Brodway con la 72. Una cita.
A ver, Linda. ¿Qué
vas a hacer? ¿Qué quiere este tipo que te está siguiendo? ¿Estás preocupada por
el turista que te ligaste la otra noche? Te está esperando en el parque. Está
empezando a pensar que no vas a ir, que lo has utilizado.
Digamos que el tipo
se acerca lo suficiente y te habla. No sé qué hacer… Si viene de buenas quizás
esto pierda interés. Si viene de malas podría ser demasiado trágico, y no todas
las historias de amor deben terminar así. Pero bueno, ¿es esto una historia de
amor?
—Oiga, señor. ¿Está
ocupado este sillón?
—No…
Joder. Será por
sitios en este café. Otra estudiante de Erasmus, con todos sus accesorios:
mochila sobredimensionada, diccionario, zapatillas Converse con evidentes signos de haber andado mucho camino… ¿se
parece a Linda? Desde luego, tiene los ojos verdes como ella. Pero no. No es
ella. Solo es una chica que también viene a hacerse la interesante al café con
su portátil, como yo.
—¿Puede ayudarme
con el cable de mi laptop?
Dios... Déjame en
paz.
—Sí. Dame…
—Gracias. ¿Qué
escribe?
—La lista de la
compra…
—Yo estoy escribiendo
una novela. He venido aquí para documentarme.
Coño… Competencia.
—Bueno, yo estoy
escribiendo un cuento, creo.
—¿Sobre qué?
—¿Y tu novela, de
qué va?
—Yo he preguntado
primero.
—Sobre amores
imposibles.
—Uhm… qué típico.
Encima…
Al final me
cambiaré de sitio.
Parece que se
concentra. Voy a intentar seguir.
Linda, a ver. Estás
en el callejón. Te ha alcanzado este tipo que te venía siguiendo. ¿Qué hacemos
contigo?
—Yo la dejaría
escapar. Acudir a la cita.
Uf. Será cotilla…
La culpa es mía por
dejar abierto el cuaderno de notas.
—Gracias. Es lo que
estoy pensando, pero no sé si la historia lo merece.
—Vaya, ¿Qué
quieres? ¿Vas a matar a tus personajes?
No respondo, a ver
si me deja en paz. Hago como que me concentro mientras escribo estas líneas.
¿Quién será esta chica? ¿Por qué siempre me toca a mí aguantar a los pesados de
turno? Quizás tenga que dejar de venir a hacerme el interesante a las
cafeterías. Voy a fumarme un cigarro…
—Oye, te importa
echar un ojo a mis cosas. Voy a fumar.
—No problem. Go ahead.
Enciendo el cigarro.
Rebajo la ansiedad con la primera calada. La gente pasa a un lado y al otro de
la calle, indiferente. ¿Qué estoy haciendo en esta cafetería? ¿Y esta chica?
¿Por qué se ha sentado a mi lado? ¿Y si quiere robarme mis cosas? Mierda, mi
historia. ¿Y si me la roba? ¿Y si escribe una novela increíble y se hace rica a
mi costa? Otra calada. La nicotina empieza a hacer su efecto. En fin, solo es
una chica con ganas de hablar. Pero se parece a Linda… O no. Al fin y al cabo
ella solo está en mi imaginación. No tiene cara, ni cuerpo. Solo es el
personaje de este maldito cuento que se me está atragantando. Pero, y el tipo
del bar ¿soy yo? ¿Soy, quizás, el que la está siguiendo?
Esto no me pasaba
antes, cuando escribía en casa, de noche. La combinación entre el silencio y
luz de las farolas colándose por las rendijas de la persiana entreabierta era
mi ambiente perfecto, y sin embargo ahora llevo viniendo tantos días a esta
cafetería que he perdido la cuenta. Y no consigo avanzar. Quizás, como Linda,
esta historia haya llegado a un callejón sin salida. Tal vez sí que quiera
matar a mis personajes y hacer como si nunca hubieran existido.
Se me termina el
cigarro. Enciendo otro. Respiro. Me intoxico.
Al volver reviso que está todo en
orden. La chica me dirige una mirada risueña. Me ha estado mirando así todo el
rato. Me siento y vuelvo a mi historia. El tipo del parque tiene que estar ya
cansado de esperar. Y Linda, congelada en aquel callejón oscuro, asustada, mientras
yo alargo este momento no sin cierta crueldad.
Tengo
demasiadas preguntas. No puedo seguir. Estoy atascado. Creo que he perdido mi toque. ¿O serán las circunstancias?
No tengo ánimo de recibir otro “no” de la revista. Otro “está bien, pero debes tratar de darle un poco más de ritmo a esta
historia, y, como siempre, condensa, que te extiendes demasiado en las
descripciones”. Mi tolerancia a la frustración está llegando a su límite.
Me hace mella en el ánimo de seguir con esto. Y esta chica no para de escribir…
ojalá recuperara yo esa soltura. Recuerdo las primeras luces, cuando todo eran
palabras e historias apasionantes. Recuerdo mis sentimientos, ante cada
situación que imaginaba: Angustia, felicidad, tristeza… Sin embargo ahora me
siento plano. Vacío.
Tal
vez deba tomarme unas vacaciones, desconectar del mundo y viajar, como esta
chica. En serio ¿por qué se habrá sentado justo a mi lado? Hay muchas mesas y
sillones libres. Es guapa, ciertamente. Y parece interesante. Se parece a
Linda, definitivamente. Quizás deba intentar seguir hablando con ella. Dicen los
cursis que nunca se sabe donde puedes encontrar el amor, y yo llevo demasiado
tiempo solo. Tal vez pueda encontrar un final para esta historia. Se ha
enfriado mi café.
—Perdona, chica… ¿Cómo te llamas?
—Linda.
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