Desprecio
lo binario. Lo binario es insensible, lo binario es radical. Letanías de ceros
y unos, como quien reza un rosario. ¿Usa gafas? ¿Lleva sombrero? ¡Zas! Un uno.
Frente al “ser o no ser” reivindico el derecho a ser sólo un
poquito. Ser a medias. Ser a ratos, en un cierto grado de aquella manera.
Frente al blanco o el negro declaro y defiendo que existe la escala de grises,
con sus infinitos tonos intermedios. Frente al cero y el uno, los números
racionales y los números imaginarios con innumerables coordenadas posibles
dentro del intervalo unidad. Pues ¿Qué es la virtud sino un punto de equilibrio
entre dos vicios opuestos?
Escritor o no escritor: dicotomía, determinismo, clasificación.
¡Zas! Un uno, titulado en caligrafía.
La Clasificación Nacional de Ocupaciones reserva el epígrafe
251 a los “Escritores y artistas de la creación o de la interpretación”. Los
contadores contando a los cuentistas. Y he aquí el retrato robot: en el último censo
76 mil personas fueron clasificadas dentro del epígrafe 251. De ellos, la gran
mayoría cursó estudios universitarios. Trabajan menos horas remuneradas que la
media y son más jóvenes.
Leo esta descripción y dudo: ¿Sólo debe ser considerado
escritor quien obtiene una remuneración por ello? ¿Debe ser el mercado quien juzgue?
Hoy sé que el mercado nunca fue una masa anónima y democrática. La mano que
asigna glorias y ruinas no es ni inocente ni invisible, sólo permanece
convenientemente oculta en un pútrido laberinto de intereses. Yo ya no compro
este cuento: crecí y perdí la máscara. Sé que en el mercado hay actores con
capacidad de decisión-persuasión-imposición. Editoriales, medios de
comunicación. La agencia de calificación trocada ahora en agencia de
clasificación. ¡Qué genio del transformismo!
Visto desde el mercado un escritor es quien obtiene la mayor
parte de sus ingresos en el ejercicio y venta de la escritura. De las opciones para
discriminar entre escritor y no-escritor, esta me resulta de las más
detestables. Y no porque la considere la peor, sino porque siempre me ha
incomodado hablar de dinero. Privilegios de niño-bien.
Y afortunadamente no se ha inventado aún la licenciatura en
escritura, porque esto sí que me enerva. De todas las formas de identificación
de artistas que imagino, la posesión de diplomas o títulos habilitantes me
parece la peor, la más esterilizante. ¿Hay algo más aterrador y anti-artístico
que la palabra “conservatorio”?
Frente a los procesos de evaluación externa, reclamo incorporar
al algoritmo de búsqueda de escritores la vocación del sujeto. Es escritor
quien cree serlo. Frente al mercado, que identifica como escritor a quien está
ocupado-remunerado, creo que tiene derecho a considerarse escritor quien ocupa
su tiempo y sus ganas en la tarea de escribir.
Es más, en lo que a mí respecta creo que en pleno siglo XXI,
imbuidos como estamos en tecnologías de la información y la comunicación,
podemos considerar al hombre como Homo escritorus.
¿Acaso no nos encontramos todos alguna vez como narradores de nuestra propia
vida y de lo que pasa a nuestro alrededor?
En definitiva, ¿qué cualidades específicamente humanas facilitan
el arte de urdir y plasmar historias? Yo creo que la principal de todas es eso
que los antropólogos llaman “observación participante”. Es decir, la
observación desde dentro, compartiendo con los investigados su contexto,
experiencia y vida cotidiana. De ese modo, se obtiene una imagen empática y
sensible de cómo son sus vidas. Evidentemente los escritores no se desplazan
físicamente a las comunidades en las que viven sus personajes, pero sí se
produce una traslación imaginaria a su mundo.
Así visto, los Homo escritorus
son la versión intuitiva de las ciencias sociales.
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