Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: Olfato, miedo y deseño, Anar Reina

Olfato, miedo y deseño, Anar Reina

ANTES DE...
El hielo huele a nada. Nada era lo que me decía mi madre ante mis preguntas de niña enfadada. Mi infancia no tenía olor. Miento diciendo que el hielo huele a nada. Puede oler a casi cualquier cosa que se pueda imaginar. Se contagia. Huele al congelador que lo abraza, que lo blande entre carnes. Entre piezas de pan sin tiempo para el mordisco fresco del día a día. Nada que ver con ese pan que vas a comprar al bakery. Donde la armonía entre levaduras y manos que van haciéndose con harina y agua te llevan a elegir el de corteza más suntuosa. El que supones pedazo más crujiente que llevar a la boca.
Eso quiero, llevarme un pedazo a la boca, justo el pedazo que yo haya elegido. Sólo ése. Y no, no soy como el hielo. Huelo lo que siento, siento lo que huelo. Mi nariz está donde no me supe en mi infancia, por eso, quizás, puedo olerlo... casi todo. También me huelo a mí. Mi olor.
El olor más sincero es el del miedo, no se camufla. No se adorna bajo perfumes. Es; y me aleja, y me acerca a mí, al otro. Siempre lleva almizcle. Se sabe sereno. Sin embargo, enseña el colmillo como el can que también todo lo huele, y ataca para defender su miedo. Es un olor humano, inhumano, que se descompone en primas de mercado y espectros. Alcanza el jazmín, la hierbabuena empapada en limón, el sándalo y la fresa. Se torna, sacudiéndome, en la certeza pútrida y enquistada del jazmín, esa muerte apétala que no quiere morfosintaxis de la conjugación futura. Sólo sabe del lóbrego pretérito. Lo sabe allí, en aquel cuarto sin luz donde mueren cada día sobre el blanco platito, blancos dedos olorosos recogidos del jardín. En ese angosto lugar, alguna vez pedí con voz secreta y, otras, recé que pudiera ser capaz de hacer lo que tanto temo. Pero entonces no sabía que sólo yo podía tener el empuje para hacerlo. Que nadie me tomaría la mano para llevarme a lugar alguno donde encontrar lo que busco. Que las magnolias de Cernuda y los pocos sabios que en el mundo han sido de Fray Luis tienen que haber servido para algo más...

DESPUÉS DE...
Eternizaba el pálpito allí en la misma acera. Se me quedó denso en la mirada, pum-pum, pum-pum, pum-pum... Me supo a minutos de sándalo. Cerca de ti y en el centro del cuerpo un leve toque de lavanda. Y ocurrió en segundos. Lejos, a sólo menos de medio metro. Podría haberlo medido en particiones escolares, a dentelladas de olfato, mi distancia, la tuya, el perímetro, el centímetro cúbico. La remembranza a ese olor a plastilina incorruptible, a esa infancia niña de escolares, temerosa. Ahora no es tan maleable. Ahora es evanescente, como pulverizada y desconcertante en miles de partículas quietas en aire caliente, que saturan la nariz salpimentándola hasta el estornudo. Se queda abierta la carne, se esparce, se desintegra ¿Quién no conoce el dolor infinito de lo que jamás vuelve, de lo que deja el olfato estéril y el alma cogida en ramillete de lilas, vieja, olvidada...? Sentí prieto el estómago, me ahogaba el deseo anestesiado por el acíbar del formol que se queda en frascos para siempre. Hiriente en mi repugnancia. Un deseo incombustible al que no le da la luz, para que se haga quedo, para que no se contagie, para que no sepa. Para que siga diciendo el olor de todo con la pulcritud de una glándula minúscula.
Me duele el olor, el olor de haber pensado que lo que deseo jamás llegará, que se irá en cuanto se sepa deseado. Pero está, él está ahí. Está aquí, ahora. Ya. Y no quiero. No quiero sentir que es la esencia misma del perfume de mi vida. Me vacío por dentro para ignorar su verdad, su presencia. Y de nuevo, sola y confusa, me habita un perfume a narciso. Quedándoseme encenagados los efluvios a primavera tardía, frustrada. Tan falta de emoción, pero de raciocinio perfecto. Ese narciso que sólo se sabe a sí, con pedazos de espejos mirados, recompuestos sin pasión. Donde esperanza acostumbraba a dejar lágrimas con salitre alcalino, rancio. Lágrimas sin verdad. Como cuando un jeroglífico se desencripta sin la abrupta sofisticación de la leche de burra de Cleopatra. Cuando no hay verdad. Alicia no podrá seguir buscando el camino correcto. Tu deseo es sólo tuyo, es sólo mío. Mi nariz no sabe de tiempo, que no da para el tiempo. Y yo estoy aquí. Ya. Él está, pero lo hago volátil. No hay modo de asirle. Me llega la dulzura del lácteo, lo esponjoso del pan, el éxtasis de la rosa, la miscelánea de la tradición, de la novedad, el olor a clavo de la estrella fugaz. Es posible que NADA a veces siga oliendo a frío, al miedo al deseo. Al destierro yermo de mi soledad en compañía. Y que deseo tenga miedo de sí mismo.

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