Cuando era pequeña contaba los días que faltaban en el calendario para la Navidad. Deseaba no ir al colegio y despertar el seis de enero con miles de regalos bajo el árbol y montañas de chucherías en los zapatos. No quería crecer para seguir jugando siempre. Ahora, algo más grande, esa ilusión se ha tornado en melancolía por esos tiempos pasados. Tristeza por los que nos han abandonado. Cariño por los que permanecen. Ahora, es cuando apenas comienzo a entender el sentido real de estas fechas. He aprendido que es el momento de reencontrarse con los amigos de siempre. Acortar las distancias. De confesar al calor del vino, la soledad de tus días. De soplar velas con deseos. Compartir muertes de chocolate. De planear festivales. Conducir bajo la lluvia para ver a alguien deseado. De mirar a los ojos vidriosos de una amiga, y reconocerte. De abrazar y dejarse querer. De reír hasta llorar. De bailar. Emborracharse. Loquear. Son los días de ir a conciertos inesperados. Acompañar en una mala noticia. Dar la mano y huir juntos. Correr tras una llamada de auxilio. Escuchar una canción regalada. Viajar durante días. De un café sin prisas. De agradecer un gracias. Compartir un colchón. Pintarse las uñas de rosa. De que te pidan permiso para un beso. De pan y agua. De ciudades iluminadas. De estar acompañada. Revelar fotografías y recordar. Envolver una sorpresa que regalar. Contar y que te cuenten. Mensajes de móvil nocturnos. Buenos días con resaca. Chats a media noche. Una botella de vino y cartas rotas. Un te quiero en el asfalto. Adornar un árbol que no sea el tuyo. Recibir visitas. Hacer las maletas. Abrigarte y seguir sintiendo el frío. De recibir una camiseta por correo. Abrir el paraguas y caminar abrazados. Un te quiero, te necesito, y te echo de menos. Sabores dulces. Recuerdos amargos. La navidad, ya veis, entendí que son todos estos momentos que vosotros AMIGOS, me regaláis.
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