-¿Cómo te llamas chaval? ...¡joven, tu nombre!, tenemos que hacer un informe de lo ocurrido, date por suertudo, no todo el mundo sale tan bien parado de un accidente así.
-Me llamo...soy, Jean Carlo Leal.
-Edad y Dirección, preguntó, con tranquilidad, el jefe de la unidad de socorristas de guardia.
-¿Hace falta?, inquirió ansioso Chicho, descolocado, como quien es sorprendido por una pregunta indiscreta.
-Son los trámites chaval. Necesitamos los datos para llevar un control de atendidos y también por tu propia seguridad. Si necesitas atención hospitalaria posterior, se evita perder el tiempo con explicaciones previas, este informe funciona a modo de historial clínico.
-Claro...pues...vivo, bueno es que me voy a mudar en breve, les doy la dirección nueva...
Chicho comenzó a dar lentamente los datos requeridos ante la mirada atónita de su amiga, que le había acompañado toda la tarde.
Chicho se atribuyó una identidad tan falsa como su nueva dirección o su intención de cambiar de vivienda. Se llamaba Julio Francisco, Chicho para familia y amigos. Vivía con sus padres en un sitio distinto del indicado, estaba aturdido y asustado por el accidente en el mar con la tabla de surf, pero sobre todo, su mayor preocupación era, por encima de comprobar si estaba bien, o de valorar el hecho de haber salido ileso del accidente y sentirse agradecido y feliz, evitar que su madre se enterara de lo ocurrido.
Chicho escogía la libertad. Siempre. Y eso implicaba desatender las indicaciones de su madre, que había decidido que la mejor manera de que Chicho mantuviera su integridad era quitándole de la cabeza esas ideas de correr, jugar al fútbol, nadar y, mucho menos hacer surf. Imaginaba quizá, cuando no lo tenía cerca, que Chicho pasaba las tardes tranquilo, de charlas y risas con sus amigos.
No era así. Hacía todo lo contraindicado, lo contrario a lo aconsejado por la guardiana de su salud, capaz de no dormir toda una noche, sólo por escuchar si la respiración de su hijo, aquejado de asma, era la correcta. Preparaba todo tipo de ungüentos y cataplasmas que escuchaba o le recomendaban para mejorar la afección del niño. En sus cuidados y la observación de su progresión se le iban los desvelos.
Pero a Chicho todo esto le aparcaba la vida. No se le ocurría contrariarla. Comprendía sus preocupaciones, pero si su madre no se enteraba de lo que él hacía ...¿qué daño podía hacerle?, pensaba.
Y Chico era travieso. Sus ojos y su cara eran incapaces de disimular su alegría sólo con imaginarse corriendo, jugando, nadando, haciendo surf.
Chicho vivía. Y se divertía sin que su salud acusara demasiado las tardes en las que se bebía la vida haciendo lo que le gustaba. Las prohibiciones de su madre, quizá le aportaban mayor aprovechamiento al disfrute.
Un buen día decidió probar todo aquello contraindicado para el asma. Hasta hoy. Dice que se ha reeducado el cuerpo y que de ese modo, ahora nada puede dañarle.
En Perú, en una población de la costa, tenía demasiado fácil bajar a la playa y hacer surf. El olor del mar, su sonido, el contacto con la piel, el juego con las olas, la sensación del impulso y la velocidad, sólo la fuerza de la naturaleza y él, una danza, a veces, una lucha otras.
No en una guerra contra los elementos, sino en un encuentro, plácido, fugaz, fuerte y distinto cada vez, Chicho gastaba horas de juventud.
Si no tenía tabla, practicaba surf directamente con el cuerpo, y sentía cada golpe de naturaleza más vivo aún.
Se aventuraba y quien lo hace no advierte los peligros y no se pone a salvo de ellos. Un día de esos en los que el mar no se acuerda de los amigos, de los incondicionales, Chicho fue revolcado por las olas, que se ensañaron. La naturaleza muestra muchas caras y todas son verdad. La naturaleza ignora el disimulo y no se para a comprobar quién está a salvo antes de actuar. Actuó y Chicho salió del agua remolcado por su amiga, sin acordarse de cómo, sin saber qué.
Tuvo un despertar incómodo, traumático, Después de toser y expulsar todo el agua que pudo de sus pulmones, Chicho sentía incómodamente agua en su nariz.
Quiso comprender y no pudo, quiso incorporarse y le costó, quiso pensar y pensó, confusamente, que quizá estaba naciendo de nuevo...¿con agua en la nariz?, reunió fuerzas y las echó por la nariz, sacando el poco mar que retenía...se habían quedado ahí trozos de olas para hacerle recordar que cuando el mar tiene cara de pocos amigos hay que dejar las confidencias para otro día.
El agua salió toda de la nariz de Chicho con el primer soplido contundente. Pero a Chicho se le quedó el agua ahí para siempre.
Luego inventó un nombre para que su madre no se enterara. Bien estaba lo del accidente. Ya aprendería la lección, bien el corte de haber sido un accidentado desvalido ante los ojos de su amiga...bien estaba sentir un nuevo nacimiento...pero que su madre se enterara le sumía en una culpa insuperable. Que ella pensara que él todo este tiempo no había considerado en serio sus indicaciones podía causarle dolor..¡eso no!
Se fue de allí, prometiéndose hacer las cosas mejor la próxima vez, deseando no ver más aquellas caras que le salvaron, por la vergüenza del trance, y aparentó toda la normalidad que le cabía al llegar a casa.
Pero no desechó jamás la libertad. Y corría, surfeaba, montaba en bici y seguía reeducando a su cuerpo a base de terapias de choque. Algunas volvieron a asustarle la confianza en su comportamiento travieso.
Pasaron años y ya en otro país, en una ciudad en la que el mar le pillaba lejos, decidió que seguiría encontrándose con el agua. Esta vez dulce. No es un alumno disciplinado en natación, y no sigue las indicaciones del instructor, porque si Chicho mueve la cabeza como él dice siente cómo entra y se mueve el agua en la nariz y entonces se ve desde lejos en aquella playa en la que un día olvidó respirar. Pero el agua en la nariz, Chicho, sentir el agua en la nariz, es también sentirse vivo, le dicen.
Nada, pero a su manera. Nada porque Chicho elige la libertad. Pero primero respira, respira mucho, respira como si estuviera aprendiendo a hacerlo, respira más que otras veces, por si una gota de agua en la nariz decidiera quedarse un rato más, como los trozos salados de mar de la otra vez. Y Chicho ya no quiere inventarse ningún otro nombre para que su madre siga pensando, desde Perú, que Chicho es un chico tranquilo.
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