Es de noche en el circo y Pat está despierto.
No lo parece, porque la vigilia es un
estado de conciencia, ni más ni menos. Está despierto en la oscuridad y agudiza
el oído que no está apoyado en un colchón raído. Podría oír una aguja caer a
cincuenta metros, pero no oye apenas nada: todo el mundo está durmiendo. Los
leones famélicos respiran tranquilos en sus jaulas. El aire recorre el bucle de
la trompa del elefante. Alguien se mueve en su catre y suenan los muelles
oxidados. Y Trick… sus fosas nasales exhalan aire cálido a un ritmo constante.
Trick duerme. Nadie más podría saberlo, porque el sueño es un estado de
conciencia, y todos los demás signos son accesorios.
A Pat le tiemblan las manos, como la
pasada noche, y la anterior. Tiene un plan, pero siempre lo acaba posponiendo.
Un día más. Una oportunidad más de arrepentirse, de que todo mejore. Una
salida. Pero a la noche, cuando se acuestan, siempre se lleva ese cojín
consigo, y duda durante horas antes de caer dormido de puro agotamiento. ¿Había
llegado ya la hora?
Pat mesó con su mano izquierda aquel
cojín. Áspero y frío. Pensó de nuevo en lo que tenía que hacer y a punto estuvo
de vomitar su escasa cena. Trick nunca lo haría, no, Trick nunca se atrevería a
hacerle algo así, aunque fuera lo mejor para ambos. Y por eso estaba Pat
despierto. Tendría que hacerlo él.
Empezó a doblar el codo, muy lentamente,
unos pocos grados con cada respiración de Trick. Siempre hay un punto de no
retorno, y antes de llegar todavía tenía tiempo de dar marcha atrás, de
retrasarlo. Pero esa noche estaba muy, muy cansado.
Subió el brazo hasta colocar el cojín
frente a la boca de Trick, bajo sus fosas nasales. Notaba el aire caliente
salir, tan cerca del suyo propio. Aún podía arrepentirse. Aún podría tratar de
olvidarlo hasta la noche siguiente. Podría esperar a la función de la tarde,
tal vez… tal vez alguien decidiera sacarlos de allí, buscarles un verdadero
techo bajo el que dormir, una madre como la que no habían conocido. Tal vez…
A Pat se le encogió el estómago cuando
notó un salto en el pulso que latía a su lado. La respiración de Trick se hizo
errática, notó contraer sus hombros… había despertado, y Pat no movió uno solo
de sus músculos agarrotado. Sabía que Trick no tardaría en notar que algo
pasaba: sentir la rigidez de su cuerpo, oír sus ruidosos pulmones desbocados,
oler el polvo del cojín pegado a su boca.
Pasaron los segundos, y Trick seguía
despierto. Pero no se movió, no dijo nada. Entonces Pat lo entendió: Trick
también estaba esperando.
Y, como un acto reflejo, apretó el cojín
contra su hermano.
Trick se sobresaltó y extendió todo el
cuerpo por institnto. Pat escuchó sus corazones acompasados, acelerándose al
unísono. Se giró sobre si mismo, encima de Trick, y apretó con ambas manos,
respirando con dificultad, rezando porque todo acabara pronto. A Trick le
empezó a faltar el aire y pataleó como si de verdad hubiera un lugar en la
tierra donde pudiera escapar. Profirió un gemido que quedó ahogado antes
incluso de terminar de nacer. Nadie lo oyó y pronto empezaron a fallarle los
miembros. Los espasmos se hicieron arrítmicos, aislados, sin fuerza, apenas una
contracción de músculos… y nada más.
Pat retiró con las manos entumecidas el
cojín de su boca, y escuchó. Nada. Tan solo un silencio sordo. Por primera vez
desde que tenía memoria no oía la respiración de su hermano de fondo, casi
imperceptible pero constante. Frente a él sólo había vacío, un vacío que
aspiraba ruidosamente por debajo de su nariz y anidaba en los pulmones
eclosionando como huevos de golondrina. Jamás se había sentido tan solo.
Se volvió a girar para apoyarse sobre su
mitad derecha. Continuaba temblando, así que subió la manta hasta cubrirlos a
los dos. Cogió la mano de Trick, conocida como la suya propia, aún caliente,
aunque no tardaría en enfriarse. No tardaría en empezar a consumirse su cuerpo
entero como un miembro gangrenado, envenenándolo hasta acabar con lo que
quedaba de su vida. No tardaría, pero mientras tanto estaba allí solo en la
oscuridad, esperando… ésa era la verdadera tortura: no oír un corazón a la
derecha de su camastro.
Recordó la conversación que había tenido
con su hermano hacía semanas… Trick tenía miedo entonces, y probablemente había
tenido miedo esa noche. Pero a pesar de eso, nunca lo había abandonado. En cada
noche a la intemperie, en cada función (nadando en las risas y los gritos de
asombro), en cada latigazo sobre sus espaldas, él siempre estaba allí. Cuando
despertaba, seguía allí. Si quería esconderse, lo acompañaba. Si pensaba en
huir, esperaba pacientemente a que dejara de pensarlo.
No tenía lágrimas ni surtidor para bañar
el cuerpo de Trick como extremaunción. El sacrificio solitario para ponerle fin
a todo era el único regalo que se le ocurría, y por eso Pat siguió tumbado sin
moverse durante horas, sabiendo lo que le esperaba. Tiritó de frío y luego de
fiebre, acariciando la mano inerte de su hermano, esperando, esperando…
Amaneció, y casi todos se levantaron.
Tardaron mucho en darse cuenta que Pat&Trick, los hermanos siameses, la joya
del espectáculo, seguían acostados y sin respirar, unidos por el cráneo frente
con frente en un ángulo grotesco, como el día en el que nacieron: sin ojos que
estar cerrados.
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