1. Lugares comunes
Lugares comunes. Qué lugar tan común, o sea, qué ordinariez.
Tu abandono es tan
doloroso que casi plagio hasta el título. Y es tan problemático que no me queda
más remedio que acudir al tópico para arrancarme las palabras en esto que te
escribo. Sólo queda de lo nuestro la exposición en cuatro puntos.
Qué desolación.
Te has marchado casi sin avisar. Y yo me he quedado
sumido en un negro pozo del que no me queda más remedio que salir. Porque la
vida sigue.
No, no es un pozo de
petróleo. Es un hoyo profundo desde cuyo suelo no se ve la luz por arriba. Si
fuera un pozo de petróleo al menos sería rico o estaría en trance de serlo.
Como no lo es, estoy triste y sigo siendo pobre que es el peor de los estados de
la tristeza o el peor de los estados de la pobreza. La tristeza y la pobreza,
si no concurren, pueden sobrellevarse. Cuando se juntan, sin embargo,
introducen en el alma una sensación de aplastamiento que desasosiega como ver a
un huevo frito con la yema rota y cuajada antes de llegar al plato,
desapareciendo cualquier expectativa de mojar un trozo de pan y dejando sin
atractivo al huevo
Yo contigo era feliz.
Cualquier excusa era buena para encontrarnos y disfrutar de un rato de
reflexión. Me encantabas. Me encantas. Me encantarás. Te echo de menos y
procuro pensar que, quizás, algún día la casualidad vuelva a juntarnos.
Cuando estabas por aquí,
mi buen humor era permanente. Contigo cerca yo era optimista, alegre,
despreocupado, inocente y hasta valiente. Ahora estoy hecho un ajoporro.
Gracias a ti pude hablar
sin pudor de sentimientos, de pensamientos, de experiencias, de proyectos. ¡Qué
placer aquellos susurros tan íntimos! Pasaba el tiempo como el Nozomi por abajo
del Monte Fuji, o sea, casi volando.
En esta orfandad he
tratado de encontrar prosperidad. Tú, que siempre, salvo una vez, me sugerías
optimismo, conseguiste redirigir mi modo de ver las cosas. Viniste al mundo a
redimirme, ¿recuerdas?
2. Lugares extravagantes
Lugares extravagantes. Qué pretendidamente original, o sea, que
porquería. Por tu culpa.
En la imaginación tenía que serías
una compañera fiel que estaría a mi lado hasta el fin de mis días, que el fin
de mis días coincidiría con el fin del mundo y que el fin del mundo coincidiría
con el juicio final, que se desarrollaría bajo los principios de oralidad y
único acto para pasar cuanto antes al paraíso eterno.
Una vez en el paraíso eterno ya
veríamos lo que hacíamos, porque una cosa es el fin de los días y otra la
eternidad. La eternidad es demasiado. Además, en el paraíso no hay que
trabajar, ni preocuparse por nada, ni hacer esfuerzos. Sólo hay que estar.
Yo estuve una vez en un lugar muy
parecido al paraíso. En ese sitio el aire estaba perfumado, no hacía frío ni
calor, no se escuchaban murmullos en los bares y, sobre todas las cosas, no
había reptiles, ni insectos, ni periodistas. Perdona la redundancia.
En aquél lugar el tiempo pasaba
deprisa y por eso me supo a poco la estancia, aunque no estuvieras (no te
conocía aun). Por eso, siguiendo con el razonamiento, podría pensar que contigo
el paraíso sería mejor todavía. Pero el problema es que el paraíso eterno dura
hasta el fin de los tiempos que, como podrás imaginar, no llega nunca una vez
acabado el mundo porque la eternidad es para siempre. Y, como te decía,
volviendo al principio, eso es demasiado.
De todas formas, sí que confiaba
estar en tu compañía hasta ese momento fatídico del ingreso en el paraíso. Y
sin embargo, así, de repente, un día vas y por las buenas te marchas de mi
lado.
Lo que más rabia me da es que no
pude intuirlo. Si hubiera tenido la más mínima sospecha de que todo acabaría de
ese modo, habría puesto remedio a tu descarado acercamiento. Porque no olvides
que fuiste tú la que se vino para mí sin que yo te hubiese reclamado. Yo estaba
tan tranquilo sin ti. Me dedicaba a mis cosas, a mi trabajo, a mis aficiones, a
mis pensamientos, y tú reclamaste mi atención sin venir a cuento.
Y, como soy entusiasta, empecé a
escucharte. Maldito el momento. Es cierto que me abriste la puerta a un mundo
ignorado, que me procuraste satisfacciones, que descubrí sensaciones
agradables. Pero ahora me veo y me pregunto qué queda de aquello.
Me engañaste como sólo engañan los semáforos en verde cuando se ven desde
lejos a altas horas de la madrugada y con las espirituosas en pleno efecto.
Todo el mundo cree ver un taxi libre.
3. El esfuerzo
Como te decía,
estoy sumido en la abulia más absoluta. Como aún tengo recuerdos de lo que viví
contigo, haré un esfuerzo por si acaso decides venir a asistirme.
Por eso, he decidido escribirte
esto. Por eso continúo albergando en lo más hondo de mis entrañas, a la altura
del píloro aproximadamente, la esperanza de que me visites, me reconquistes y
te quedes aquí hasta que yo te eche.
4. El resultado
A modo de
despedida, déjame decirte que estos miserables folios los he escrito a mi
pesar. El cuerpo me pedía otra cosa. Me pedía abandonarme definitivamente y
dedicarme a la cocina. O a hacer punto de cruz. O deporte.
La culpa, en el fondo, es mía y sólo
mía. Puede que hayas decidido irte a buscar a alguien verdaderamente talentoso.
Puede que no te haya cultivado como merecías y que por eso te huyeras.
Puede que tu forma de ser, tan
esquiva, tan independiente, no aguantase tanta obcecación por mi parte. Esa
especie de atracción súbita y absorbente que no merecía cuidado por tu parte
porque, conociéndome, intuías que sería temporal. Largamente temporal, pero con
fecha de caducidad al cabo.
Entiendo que busques a otros.
Entiendo que trates de encontrar a quienes sean capaces de comprometerse, a
quienes sean fiables, a quienes te sugieran por su mirada que no te abandonarán
con facilidad.
Si alguna vez te acuerdas de mí, que
sepas que te echo de menos y que me encantaría volver a verte.
P.D. Por cierto, como había algún
ilustre artista que decía que le visitabas porque siempre le cogías trabajando,
me he afanado largo tiempo en permanecer en mi puesto por si acaso te decidías.
Obviamente no ha surtido efecto.
P.D. Por curiosidad y aunque ya no
importe, ¿dónde demonios te has metido?
Amada Inspiración, aunque ya no me
correspondas, siempre (hasta el día del juicio final) tuyo,
Rodolfo.
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Me encanta tu texto. Es perfecto, para mí.
ResponderEliminarUn abrazo.