Era una noche muy agitada para los empleados de “la espada
cantora”; la taberna estaba a rebosar de todo tipo de gente, que cantaba y
bailaba sin parar de beber.
Drancos miraba fijamente su jarra de
cerveza de buena cebada que le había costado tres monedas de plata, debía
aprovecharla bien, pues ya se había gastado todas las ganancias de su último
trabajo. Fue a dar un trago cuando algo le golpeó la espalda y provocó que del
sobresalto derramara más de la mitad de su tan preciado líquido. Se presentó
ante él Kaziak, a quien no tenía en muy alta estima.
—¿Pero
qué tenemos aquí?, el gran Drancos, héroe de las tierras del norte —dijo Kaziak sentándose frente a él.
—Hoy no
estoy de humor, piérdete —contestó con
desagrado y bebió.
—Tengo
noticias que podrían interesarte —le dijo en
voz baja.
—¿Sobre
qué? —el desinterés de Drancos era casi
palpable.
—Una
hierba llamada “hoja de Kadra”, indescriptible sabor y efectos que te
transportan a la dimensión de los mismísimos dioses. La joya de la corona para
quienes nos gusta más la pipa que la espada —hablaba
con entusiasmo.
—
¡Mientes!, como siempre.
Drancos sacó su pipa y una pequeña bolsa de piel donde
guardaba las hierbas que fumaba; se sentía incómodo y observado por Kaziak.
Limpió levemente el orificio donde se colocaba la hierba, después abrió su
bolsita de cuero, y para su desagradable sorpresa no quedaban hierbas que
fumar, ni dinero para comprar.
—Cuéntame
más, y espero que sea verdad o te cortaré las orejas —dijo seriamente.
—Sólo
crecen de noche, a la luz de las lunas, pero solo yo sé la ubicación —Kaziak comenzó a reír, pues no pretendía decirle
el lugar bajo ninguna circunstancia.
—Así
que las quieres todas para ti, y cuando te canses de fumar y te quedes inútil
comenzarás a vender —dijo Drancos furioso.
—¡Vaya,
has descubierto mi plan secreto! —Continuó
riendo sin cesar.
—Maldito
imbécil, no pienso comprarte nada —Drancos
terminó la conversación y siguió bebiendo.
—Tampoco
pretendía venderte nada a ti —Kaziak se
levantó triunfante de su asiento y se dirigió hacia la barra a pedir una pinta.
Drancos lo miró con desprecio y
desamparo, deseaba saber dónde crecía la hierba pero no sabía cómo, hasta que
un oportuno suceso cambió el curso de la situación.
Avistó sobresaliendo del cinto de Kaziak
una cruz de plata con el emblema del león de luz utilizado por los monjes para
expulsar a los demonios y a otras fuerzas oscuras. Kaziak no era precisamente
un creyente. Drancos se levantó rápidamente, le susurró unas palabras a una
cortesana que se encontraba bailando y después se dirigió hacia él.
—Tienes
miedo de algo —dijo Drancos con intención de provocarle.
—No
pienso contarte nada, déjame —Comenzó a beber
de la pinta.
—¿No
serán los muertos? —Drancos insistió.
—Tus
esfuerzos son en vano. Déjame tranquilo o tendré que pegarte unos azotes —Kaziak evadía a Drancos con nerviosismo.
Le quitó sutilmente la cruz del cinto con
un rápido y habilidoso movimiento de manos, Drancos era entre otras habilidades
experto ladrón.
—Las
buscaré yo mismo —se retiró guardándose
cuidadosamente la cruz en un bolsillo.
—Suerte,
si es que consigues algo —se despidió Kaziak,
jarra en mano.
—¿Sabías
que los monjes del león de luz hacen peregrinaciones para purgar los
cementerios de los muertos vivientes? —comentó
Drancos antes de irse de la taberna; Kaziak dio un sorbo a la cerveza con
nerviosismo—. ¿Cómo podrán quitarse de encima
a tan horripilantes criaturas?
Drancos salió de la taberna rápidamente.
La cortesana enviada por Drancos comenzó
a engatusarlo con besos y caricias hasta convencerle. Buscó él en sus bolsillos
y sólo entonces echó en falta la cruz en su cinto.
—¡Maldito
hijo de perra! —gritó enfurecido.
Drancos desmontó de su caballo y observó el tétrico lugar,
olía a muerte y putrefacción. Se adentró empujando las verjas que carecían de cadenas,
pues nadie había pisado en mucho tiempo aquel camposanto. Los árboles yacían
algunos en el suelo, podridos y llenos de gusanos, y otros a punto de caer con
ramas rotas y sin vida alguna.
Caminaba sigilosamente, cruz y espada en
manos atento a los gemidos que escuchaba cada vez más cerca de su posición.
Me huelen los hijos de..., pensó. Se sobresaltó al oír golpes en el
subsuelo, justo en la retaguardia, vio cómo una mano putrefacta se abría paso a
través de la tierra. Antepuso la cruz entre él y el cadáver que estaba
emergiendo; y quedó asombrado al ver que era de una mujer que todavía resultaba
extrañamente agradable a la vista, semidesnuda y de turgentes pechos aún en
buen estado. Quedó hechizado y no era consciente de que se acercaba lentamente
hacia él para devorar sus entrañas, pero ella no pudo acercarse más, pues la
cruz brillaba con luz propia al sentir la amenaza de la muerta, haciéndola retroceder
como si menguara su energía.
Drancos reaccionó, continuó caminando lentamente, sorteando las lápidas
y encogiendo los hombros con cada ruido sospechoso que escuchaba. Nervioso, y
con todos los músculos del cuerpo en tensión llegó a un mausoleo ornamentado.
Observó cómo una luz verde intermitente desprendía destellos desde el interior
y atravesaba las rendijas de los portones. Le invadió la curiosidad, ¿podría
ser la hierba?; se decidió a abrir los portones, y para su sorpresa, allí
se encontraba, entre las grietas de las paredes del mausoleo la hierba Kadra,
su extrema semejanza con la hiedra la hacía irreconocible por el día.
Rápidamente arrancó varios tallos largos y se los guardó, observó risueño cómo
sus pantalones brillaban intermitentemente, esta noche será grande.
Dispuesto a volver por donde había venido salió del mausoleo, pero Kaziak estaba
esperándole fuera, furioso y con la espada desenfundada.
—¿Creías
que no iba a darme cuenta? —preguntó Kaziak.
—
Pues... —Drancos no supo responder.
Observó cómo detrás de Kaziak se acercaba lentamente un grupo
de muertos que habían estado siguiendo el olor a carne viva humana.
—Creo
que tienes un grave problema a tus espaldas —Drancos
señaló a los nuevos amigos de Kaziak.
Miró hacia atrás y enfurecido agarró a un
muerto por los brazos y lo arrojó hacia Drancos —¡Me
cago en tu padre! —gritó.
Drancos atravesó con la espada al muerto
y con la luz de la cruz lo alejó. Kaziak se abalanzó sobre Drancos eludiendo a
los caminantes y se batieron en duelo de
espadas.
—¡Esa
hierba es mía, me has robado la cruz! —Kaziak
atacó con fiereza.
—¡Y tú
has robado la cruz antes! —Drancos le
respondió.
—¡Pero
mira quién lo dice, aquel que me roba
delante de mis narices!
Tras varios choques de espadas,
continuaron enzarzados en el terrible duelo, tanto que no se percataron de que
los muertos los rodeaban. Kaziak blandió su espada con toda fuerza hacia atrás,
pero notó cómo se había clavado en la cabeza de un zombi. Intentando sacar la
espada del cráneo, Kaziak bajó la guardia y Drancos aprovechó la situación; le
arrojó la cruz con fuerza, y le golpeó la cabeza dejándolo inconsciente. Los
muertos no se le acercaron pues yacía en
el suelo con la cruz a su lado brillando con fuerza. Drancos corrió como un
rayo y consiguió salir del cementerio; aún recuperando el aliento, miró si
todavía sus bolsillos brillaban y en su rostro se dibujó una sonrisa que
después siguió a una carcajada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario