¿Cuántas veces has pensado que sería genial escribir un relato que empiece por el final y termine por el principio? O escribir un relato candente, inspirado en uno de los momentos íntimos más apasionantes de tu vida, y para ello decides usar la cómoda y distante tercera persona, por si el lector cae en la tentación de confundirte con el protagonista. ¿Cuántas veces, sin darte cuenta, te has deslumbrado con los fuegos artificiales de la técnica narrativa?
Me gusta pensar en la técnica narrativa como si se tratase de fuegos artificiales que lucen, hermosos, en el cielo de una noche oscura. Son espectaculares, embelesan y tienen la gracia de iluminarlo todo, al menos durante unos minutos. Crean figuras en el cielo, figuras que pronto se desvanecen y dejan apenas la estela de su pólvora. Casi como sucede con las historias que leemos y pronto olvidamos, dejándonos en la boca un buen o mal sabor, así como un cúmulo de sensaciones en el pecho. Las historias, como los efectos que producen los fuegos artificiales, son capaces de iluminarnos, al menos durante el tiempo de lectura, y de hipnotizarnos cuando el autor que las creó fue lo suficientemente astuto como para hacerlas bellas y profundas. Nuestra mente, en este caso, es como la noche oscura en la que estallan los fuegos artificiales. Pero, ¿y las historias? Si los fuegos artificiales son la técnica narrativa con que se ha escrito una historia. ¿Qué serían las historias en la metáfora que construyo? Pólvora. Y ¿A caso la pólvora por sí sola es capaz de crear esas hermosas figuras en el cielo oscuro? Las historias necesitan de la técnica para iluminarlo todo, como la pólvora necesita de la manipulación para convertirse en fuegos artificiales, para terminar iluminándolo todo.
La técnica narrativa es tan emocionante y deslumbrante, al menos para quienes sentimos pasión por la creación literaria, que muchas veces emborracha (sobre todo cuando estamos comenzando a formarnos). Nos olvidamos de la materia prima: el drama, la acción. Y nos concentramos en el brillo y espectacularidad de los fuegos artificiales. Sin tener apenas historia ya la imaginamos generando uno u otro efecto en el lector, explotando en el cielo oscuro y produciendo en quien la contempla una sensación similar a mearse en los pantalones de pura emoción. ¡Normal! Leemos autores como Julio Cortázar, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges o Andrés Newman (el único vivo de los citados, y al único cuentista actual que me atrevo a poner al mismo nivel) y sentimos que los calzones se nos caen y un chorrito de agua caliente resbala por nuestras piernas. La belleza con la que enlazan una frase tras otra, modelando una estructura perfecta, capaz de contar una historia extraordinaria, de una forma extraordinaria, produce la inevitable reacción de aspirar a escribir como ellos, aunque sea un solo relato. Y es entonces cuando sucumbimos a la tentación de ceder al capricho técnico.
Esto pasa con muchos aspectos del diseño narrativo. En la entrada del artículo mencioné la estructura. Éste es quizá el aspecto que más deslumbra, el que más quebraderos de cabeza puede producirte si decides escribir un relato a lo Cortázar o a lo Borges. Pensando en la estructura te sumerges en un abismo de pretensiones que no hacen más que nublarte la vista y distraerte de aquello que da sentido al ejercicio del narrador: la historia, la acción, el drama. La materia prima con la que darás forma a tu obra. Y otro de los aspectos del diseño narrativo que suele atraer con intensidad nuestras pretensiones técnicas como narradores en formación, es el tipo de narrador o, como suelen llamarla algunos profesores de escritura creativa con los que tomé clase alguna vez: la voz narrativa. Sobre ello me enfocaré ahora, procurando compartir contigo algunos consejos prácticos que te ayudarán a escribir un relato usando el mejor tipo de narrador posible, sin ceder a tus caprichos técnicos o pretensiones estéticas, o bien, sin dejarte deslumbrar por los fuegos artificiales, que es lo mismo.
Pierde el miedo a que el lector te identifique con el narrador o con el personaje protagonista, conservarlo es una verdadera pérdida de tiempo
Para empezar deberías considerar lo siguiente: a los lectores nos encanta el chismorreo. Somos tan cotillas como lo son los espectadores de cualquier programa de televisión de prensa rosa. La única diferencia es que sentimos curiosidad por la vida de los autores a los que leemos, y nos da exactamente igual si Belén Esteban regresó o no con su novio. Pero lo cotilla no nos lo quita nadie. Y cuando escribo de nosotros también te incluyo a ti, creador. Porque antes de ser creador eres lector. Y si niegas el morbo natural que te nace sobre la vida de los autores que lees, mientes. Es así. Una realidad contra la que no puedes hacer absolutamente nada, ni quieres hacer absolutamente nada. Porque, ¡noticias de última hora! Ese cotilleo del lector forma parte del juego del arte. ¿Quién no se ha sentido curioso por las vida de Lorca, Kafka o Wilde?
Una vez aceptes que los lectores siempre querrán saber sobre tu vida como creador y, más concretamente, que siempre se preguntarán si lo que has escrito es algo que realmente ha sucedido o te ha sucedido, lo que debes hacer es limitarte a escribir y reconocer que eso es un gaje del oficio. Todo el mundo sabe, y quien no lo sepa terminará por enterarse, que una voz narrativa o un personaje no son lo mismo que un autor; a menos de que el autor reconozca abiertamente que la historia narrada es autobiográfica, la identificación entre sujetos no debe hacerse. Así como un periodista tiene licencias para hacer su trabajo, como reservar sus fuentes, por ejemplo; un autor también tiene licencias para hacer su trabajo como narrador de ficciones, entre las que se encuentra el derecho a la no identificación de sus personajes o la voz narrativa que utilice, consigo mismo.
¿Qué grado de implicación tienes con la historia?
El objetivo es reconocer qué tipo de narrador es el ideal para contar nuestra historia. Pues bien, uno de los tips más útiles que suelo compartir con mis alumnos del Taller de Escritura Creativa que coordino desde hace seis años, tiene que ver con el grado de implicación que el propio alumno tiene con la historia que desea contar. Es decir, ¿qué tanto conoces la historia que vas a escribir?, ¿la conoces porque se trata de una anécdota o serie de anécdotas que te sucedieron en carne propia?, ¿la conoces porque te la contó un amigo o le sucedió a una persona cercana?, o quizá, la historia que quieres contar te la ha contado tu abuela y se trata de una aventura amorosa durante su juventud…
Dependiendo de la cercanía o lejanía que el autor guarde con la historia que desea contar, es que debería considerar el tipo de narrador con que va a contarla. Como probablemente ya sabes, los tipos de narradores pueden clasificarse en externos o internos (con respecto al universo ficticio) y, dentro de esas clasificaciones existen narradores en primera, segunda o tercera persona. Dichas personas del plural o singular determinan o marcan indirectamente la distancia que un autor guarda con respecto a la historia que quiere contar. Siguiendo esta lógica, lo natural y conveniente, para facilitarnos el trabajo y procurar que nuestro proceso formativo sea deleitoso, sería elegir la primera persona si el grado de implicación es alto, y la tercera persona si el grado de implicación es mínimo; tiendo como tercera opción (aunque menos común), la utilización de la segunda persona para un grado de implicación medio. O sea, si lo hemos vivido en carne propia: primera persona. Si nos lo ha contado una persona cercana y la anécdota no se remonta demasiado en el tiempo: segunda persona o primera testigo. Si nos lo ha contado una persona no demasiado cercana y la anécdota se remonta mucho en el tiempo: tercera persona.
Por supuesto, lo anterior no es más que una recomendación; la mayoría de las veces, suele ser muy útil para mis alumnos. Consigue que no se bloqueen y puedan manipular con holgura la información con la que construyen el relato.
¿Qué personaje debería contarla?
Si eres un apasionado lector o ya has comenzado tu formación en materia de narrativa, probablemente sepas que todas las historias tienen un personaje protagonista y a veces también tienen personajes principales y secundarios. Pues bien, otro consejo útil a la hora de elegir tipo de narrador, tiene que ver con el punto de vista desde el que la historia debe ser contada. Y ese punto de vista no siempre debería recaer en el protagonista. ¿De qué depende? De cuál es la historia que quieres contar y del efecto que quieres conseguir. Así de simple.
Pero escribir un relato usando el punto de vista de un personaje que no conoces, de un personaje que no te ha dado acceso aún a su mente, es imposible. Y a veces elegimos contar una historia desde el punto de vista de uno o varios personajes, no porque esa sea la forma más adecuada en que deberíamos contar la historia, sino porque eso hemos leído que hacen otros autores y nos ha parecido genial. Buscamos emular y caemos en la tentación del capricho técnico: “Quiero escribir un relato que esté narrado por siete personajes distintos”, por ejemplo. Pero aún no sabes qué es lo que dichos personajes van a contar.
¿Cuál es la historia que estás contando?
No es malo usar como premisa una motivación técnica. Lo malo es esperar que la premisa sola y nuestra pretensión técnica nos lleven a crear un relato en condiciones. Si no conoces la historia que vas a contar, no puedes tomar desiciones acertadas sobre cómo contarla, entre las que se encuentra el tipo de narrador, por supuesto.
La historia es el barro con que se moldea el florero, sin el barro no hay florero, aunque en la mente del escultor exista, previo al florero, la forma que dicho florero debería tener. Para hacer un florero se necesita barro, y en el intermedio se necesita también saber cómo amasarlo o manipularlo para darle forma posteriormente. El florero es el cuento o el relato. Las historias son el barro y la técnica sería la forma de amasarlo y manipularlo.
¿Cuál es el efecto estético que produce el narrador que vas a utilizar?
Cada tipo de narrador produce un efecto estético distinto. De acercamiento o alejamiento, de grados en la intriga o, inclusive en el grado de profundidad con que puede llegarse a conocer a un personaje de esa historia. Estudiando los tipos de narrador que existen y sus diferentes efectos estéticos, me di cuenta de que los tipos de narrador son para el escritor de ficción como los pinceles al pintor. Si un pintor elige un pincel de brocha gorda, el trazo que conseguirá sobre el lienzo no será igual que si eligiera un pincel de tres o cuatro pelos, ¿verdad? Lo mismo sucede con los tipos de narrador. He reconocido hasta el momento diez diferentes tipos de narrador (técnicas que han sido oficialmente reconocidas o utilizadas por teóricos y narradores), aunque mi intuición creadora me dice que podrían inventarse algunos más (cosa que tal vez un día me atreva a hacer, ya que me gusta jugar con la técnica narrativa). Y con esos diez tipos de narrador identificados, pueden hacerse mezclas. De hecho es lo que la mayoría e los narradores hace: utilizar más de un tipo de narrador en un mismo relato (y siempre lo hace de manera justificada). Es lógico. ¿A caso un pintor utiliza sólo un pincel para crear un cuadro?
Es importante saber cuál es el efecto estético que produce cada tipo de narrador. Para lo cual recomiendo ampliamente su estudio y práctica. Hace unos años comencé a impartir dicha materia en el Curso intermedio del Taller de Escritura Creativa. En dicho curso analizamos obras de grandes narradores del siglo XX, con la intención de aprender de ellos la técnica de un tipo concreto de narrador, para luego ponerla nosotros en práctica escribiendo un cuento o relato.
Sólo cuando se conoce el efecto estético que produce un tipo de narrador es posible elegir con precisión cuál es la herramienta técnica más adecuada para contar la historia que deseamos convertir en un cuento o un relato. ¿Te gustaría adentrarte en todo esto? Inscríbete en el Curso Intermedio, es ideal para ti.
¿Es más importante la historia o la técnica que se usa para contarla?
No existe un método o fórmula concreta para crear historias y convertirlas en un cuento (o relato), sin embargo, los años de experiencia me han demostrado que supeditarse a la historia y dominar el arte de construirla, antes que dominar la técnica con la que una historia se narra, ayuda mucho a tomar desiciones y resuelve el noventa por cierto de los problemas que debe resolver un narrador si busca escribir un cuento o un relato. Mi recomendación es: supedítate a la historia y terminarás creando un relato técnicamente bello, de manera natural. Y eso aplica también para el tipo de narrador. Pregúntate: ¿qué historia vas a contar? La respuesta a esa pregunta será la clave para tomar desiciones acertadas sobre la forma en que la contarás, entre las que destaca el tipo de narrador.
Israel Pintor.
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