Cuando
despertó, el dinosaurio Augusto todavía estaba allí, a su izquierda, durmiendo
sobre una enorme cama. Miró a su derecha y sobre otra cama, mucho más pequeña,
la repugnante cucaracha Gregorio dormía bocarriba moviendo con espasmos sus
patitas. Alzó la vista arriba, al techo; en el espejo se encontró con un enorme
hombre de galleta de gengibre, sonriente, ocupando el espacio de la cama donde
él se encontraba.
—Joder, ¿qué
hace ésta asquerosa galleta gigante encima mía? —pensó.
Se revolvió
como para quitarse un peso de encima. Unos robustos brazos, marrones, planos,
sin manos ni dedos, giraron violentos en el aire. Unas robustas piernas,
marrones, planas, sin pies ni dedos, patearon el aire. Al momento se incorporó
en la cama quedando sentado. Miró de frente, al espejo de un armario. De nuevo
la gran figura de galleta de gengibre le sonreía con el mismo rostro de alegría imbécil.
—Pero,
¿qué hace éste estúpido muñeco en la
cama? —pensó de nuevo.
Observó los
brazos, estudió las piernas, ojeó su barriga; marrón. Un botón de color blanco
cayó sobre las sábanas. Una lágrima resbaló de un ojo. La sonrisa: eterna.
—¡DIOOOS! —gritó
Jacinto.
El dinosario
Augusto despertó.
—¿Qui-én o-sa
rom-per mi ben-di-to su-e-ño? —dijo con la voz ronca,
entrecortada y muy ralentizada.
La cucaracha
Gregorio despertó.
—¡Comida,
comida, comida! —cuchicheó acelerada con su voz metálica y aguda, removiendo
inquieta todas las patitas. Dio media vuelta, batió las alas, voló y aterrizó
en el suelo. Rodeando la cama de Jacinto se dirigió hacia el dinosaurio.
—¡Nooo! ¡Vete,
cucaracha! ¡Vete de mi vista! ¡No te soporto! —berreó el
dinosaurio mientras se ponía de pie sobre una cama que a duras penas aguantaba
su peso.
—¡Comida,
comida, comida! —repitió la cucaracha.
Jacinto con
los ojos húmedos y sonriendo observaba la escena.
—¡Eh!,
¿quiénes sois vosotros?, ¿qué hacéis aquí?, ¿qué lío es éste? —gritó.
Ambos,
dinosaurio y cucaracha, giraron la vista hacia Jacinto. Gritaron al unísono.
—¡Comida,
comida, comida!
Jacinto
asustado se levantó de la cama. Echó a correr hacia la puerta del dormitorio.
Dos botones blancos cayeron de su estómago. La cucaracha alcanzó uno de ellos y
se puso a chupar el azúcar que los cubría. Semejante menudencia no llamó la atención
al dinosaurio y antes de que Jacinto pudiera salir le dio un gran mordisco a su
pierna izquierda; la arrancó de cuajo. Jacinto logró asirse al picaporte de la
puerta, abrirla y dirigirse a pata coja por el pasillo. El dinosaurio le
perseguía. Mordió tranquilamente la otra pierna. ¡RAAAS! Jacinto se arrastraba
por el suelo.
Cómo una
culebra con dos brazos entró a un cuarto de baño y se dirigió al inodoro con la
intención de subir por él y escapar por la ventana situada justo encima. La
tapa del water estaba abierta y Jacinto trastabilló metiendo la mano en el
agua. El muñón reblandeció. Pequeñísmos gránulos de color marrón cayeron al
fondo del water. Sin fuerzas quedó apoyado en la tapa observando como su brazo
se deshacía poco a poco. Sintió un fuerte dolor en el estómago. Era la
cucaracha que comenzaba a roer su barriga.
—¡Comida,
comida, comida!
El dinosaurio
entró en el cuarto de baño.
—¡Maldita seas
cucaracha! —gritó a la vez que levantaba su gran pata. —A mí no me
asustas más.
Pisoteó la espalda
de Jacinto, aplastándole el tronco y matando a la cucaracha. Jacinto, perdió el
conocimiento.
El flushh del
water lo despertó. Desnortado, miró el agua rotar en remolino hacia la derecha.
Cuando los laterales del water terminaron de expulsar y rellenar con agua el
fondo de la taza, un trozo de cuerpo de gamba, con sus patas, y un alargado
filete de pavo, sin masticar, aparecieron poco a poco por las aguas estancadas,
con timidez. Jacinto observaba aturdido los restos flotantes.
De pronto,
escuchó una música y giró la cabeza. Vio, por un resquicio de la puerta del
cuarto de baño, sobre la pared del pasillo, una figura de neón de una mujer muy
atractiva con minifalda roja y blanca, un gran saco a la espalda y un gorro de
Papa Nöel. Sonreía con la boca abierta, guiñaba un ojo, iluminaba a intervalos
el oscuro pasillo. Sonaba una melodía navideña.
—¿Te
encuentras bien, cariño? —gritó una voz
hastiada desde el fondo.
—¡Quiero más! —pensó con la sonrisa dibujándose en
la cara.
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