Llegan una media hora tarde al concierto, porque
vienen de otra ciudad y el tren les ha dejado con muy poco margen, y antes de
la actuación decidieron ir primero a cenar. Natalia —la pareja del guitarrista,
Enrique— no ha ido con ellos a la cena por no pertenecer al grupo, pero los
sigue allá donde van durante su gira, y se encarga de atender el punto de venta
—en todos los conciertos disponen de uno— de discos y camisetas del grupo.
Cuando
Enrique conoce a Natalia, él se acaba de incorporar al grupo, al cual aporta
desde entonces ideas, composiciones, e incluso influencia en el estilo. Él sabe
que ella viene de un intento de conquista sin éxito de un nuevo y carismático
jefe de proyectos de su empresa.
Han
llegado a ser una banda populosa: además de la voz, la guitarra, el bajo, y la batería
—los integrantes básicos de cualquier grupo de rock o pop—, llevan unos
teclados, un par de saxofones, una trompeta, unos timbales, y hasta un trombón
de vara, todos ellos con su correspondiente intérprete. La cantante —Beatriz—
se sitúa delante y en el centro del escenario, e inmediatamente a su izquierda se
encuentra Enrique; a su derecha tiene la sección de viento —saxofones, trombón,
y trompeta—, e inmediatamente detrás —en un segundo plano— están el bajista y
los teclados; ya al fondo se encuentran la batería y los timbales.
El grupo lo han
fundado el bajista y la cantante: se conocieron en una fiesta de amigos donde
ella cantó al final, y él quedó impresionado por la profundidad de su voz
siendo tan joven —o al menos siendo bastante más joven que él—. Sin embargo, es
la guitarra y no el bajo quien está en la parte delantera del escenario. La
guitarra tiene siempre más peso: su sonido se pliega a la voz y se alía con
ella, y a veces tiene también protagonismo.
El
estilo de música del grupo es complejo, sincopado, lleno de contrarritmos, de aire
funk —la voz de Beatriz es grave y dulce, e imita los desgarros de la de James
Brown, pero sin la machacona repetición de éste, donde tal vez se esconde una
carencia imaginativa, ni tampoco tiene su pelo gaseoso como las nubes oscuras
de una atmósfera en torno al planeta de su cabeza—, pero a pesar de la cantidad
de instrumentos, la mezcla de sonidos está bien trenzada y tupida como el
amianto.
Las canciones son
enérgicas, complejas, sensuales, y la voz de Beatriz —desgañitándose— enfervoriza
al público. Lleva un vestido con la espalda completamente descubierta, y una
falda mínima —mueve sus largas piernas con los pies fijos en el suelo,
flexionando cada una de las dos rodillas alternativamente—, con muchos flecos formados
por diminutas cuentas brillantes.
Han logrado grabar un
disco, y por donde van, los conciertos funcionan: la gente pide el quinto bis
con el mismo enardecimiento que el primero. Beatriz presenta las canciones sin
ñoñería, improvisando, hablando con el público, a veces con un toque provocativo.
Enrique se siente
—impulsado por el fervor del público y el efecto del vino de la cena— a mucha
distancia de Natalia, una distancia mucho mayor que la veintena de metros de
separación entre el elevado escenario y la diminuta caseta del punto de venta,
situada más allá del público. Cree ver un futuro promisorio, plagado de
posibilidades bajo el signo del éxito, en el cual Natalia figura como la bola
encadenada al pie de un preso, o como esas telarañas del tamaño de un hombre en
una antigua pirámide.
Durante
algunas canciones Beatriz mira a Enrique, le sonríe, y se frota suavemente plegándose
a él. “Era algo más lo de la cena”, piensa Enrique, cuando no pararon de bromear
entre los dos, y a él le pareció simplemente una participación de Beatriz en la
manifestación de alegría generalizada del grupo. Beatriz le parece a Enrique la
primera de aquellas “posibilidades” de las que ve poblado su futuro.
Beatriz
presenta una canción diciendo: “Esto va de eso que ya sabéis”, y comienza a
cantar una letra llena de referencias al acto sexual. Toda la canción la ve
Enrique dirigida a él, y Beatriz la finaliza dándole un abrazo. Él se lo
devuelve, y mira al punto de venta: Natalia está con una expresión sorprendida,
y parece querer evaporarse. Al volver la vista, por evitar mirar a Natalia, se
encuentra con los ojos compungidos del hombre del bajo, que inmediatamente se
desvían al suelo. Enrique piensa entonces en el delicado equilibrio y los
ocultos resortes que sustentan al éxito.
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