Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: Ah pero ¿yo escribo?, Rodolfo Garrotín

Ah pero ¿yo escribo?, Rodolfo Garrotín

"El traje nuevo del emprendedor", Guridi (http://guridi.blogspot.com.es/)

1.- Consideración previa
El título del presente ensayo responde a una premisa que para mí resulta fundamental: escribir es una cosa muy seria.
Por consiguiente, tal y como razonaré, los argumentos que expongo a continuación parten, con toda seguridad, del terreno de la probabilidad y la incertidumbre y no de la realidad misma pues tengo serias dudas de que, a día de hoy, pueda afirmarse con rotundidad que yo escriba. Tan es así que, en lo sucesivo, tome el lector con extraordinaria prudencia cada una de mis afirmaciones.
Escribir es una actividad que puede responder a diversas motivaciones y que, según parece, está dirigida a cumplir el único fin de comunicar. Esto implica que responder a la pregunta de por qué escribo exige atender al análisis de las motivaciones (la percepción subjetiva de la causa que me empuja a escribir) y no al análisis del fin (el elemento objetivo al que está dirigida la escritura).
Respecto de éste último, lo cierto es que no sería capaz de determinarlo (de ahí que escribiese “según parece” y que, por el momento, acepte sin discusión como fin de la escritura la comunicación) por dos razones fundamentales: la primera, porque a veces no es fácil deslindar el fin de la motivación; la segunda, porque la comunicación como único fin de la escritura es para mí un concepto de aprendizaje reciente. Con anterioridad, puede que por la dificultad de deslindar motivación y fin, por la simpleza de la reflexión sobre la cuestión o por pura ignorancia, hubiera pensado en cuestiones tales como el entretenimiento, la satisfacción de la curiosidad o la necesidad de aprendizaje.
En fin, es posible que el hecho de no considerar como fin de la escritura la comunicación pudiera también deberse a que nunca me aproximé a la cuestión desde la óptica del escritor sino desde la del lector.
Precisamente porque mi mentalidad es ésta, la de lector, no deja de ser chocante responder a una pregunta como la que propone el ejercicio de modo que deberé abordar el resultado de la reflexión previa transformación del rol habitual al objeto de poder adentrarme adecuadamente en el campo de las motivaciones.
No es fácil este intercambio de papeles. Primeramente porque si exceptuamos del ámbito del presente ensayo, como parece necesario, la escritura como instrumento puesto al servicio del desarrollo del quehacer profesional, he de decir que más allá de la actividad laboral que desempeño mi experiencia como escritor es igual a cero.
Por otro lado, porque el hecho de iniciar, a través del taller, un acercamiento a la escritura creativa desde la óptica del escritor no me convierte automáticamente en uno de estos.
Así, el presente ensayo tratará de explicar las motivaciones que me empujan a escribir, si es que yo escribiese, o, lo que es lo mismo, la causa de que yo me haya acercado, aunque sea idealmente, al mundo de la escritura desde la perspectiva del autor y no del lector.
Naturalmente, el adentrarnos en el campo de lo subjetivo exige atender, a la hora de ofrecer una explicación personal de por qué escribo, no sólo a pensamientos más o menos racionales sino también a cuestiones de índole sentimental, emocional o puramente instintivas.
Debe tenerse presente que, en algunos casos, la acción viene precedida de la idea de hacer algo. En otras ocasiones, por el contrario, hacemos las cosas porque sí y sólo después de hechas podemos identificar la causa que motiva la acción pudiendo o no estar dicha causa vinculada con una idea previa.
Por tanto, puede que detrás de la acción haya:
• Un proceso de pensamiento racional madurado de modo consciente.
• Un proceso de pensamiento automático en el que el pensamiento mismo pase desapercibido hasta el punto de que quede disimulada su existencia.
• Un impulso cuyo origen no esté en el mundo del pensamiento sino en otro lugar (el sentimiento, la sensación, el estado anímico, el puro instinto...) cuya existencia podremos identificar o no con posterioridad a la acción.
• Un pensamiento seguido por un impulso que conduzca a la ejecución de aquél.
Ello convierte la cuestión a la que pretende responder el ensayo en una actividad ciertamente compleja en cuanto que supone expresar motivaciones intelectuales y no intelectuales, siendo así que la separación de unas y otras no está a veces muy clara.
Quiere todo lo anterior decir que la exposición estará llena de motivaciones de distinto tipo sin seguir la sistemática trazada de pensamientos madurados, pensamientos disimulados, impulsos y combinación de todos los anteriores.

2. Meollo
Siempre he envidiado el talento de los buenos escritores. Escribir una buena obra, sea cual sea el género, debe ser una empresa preñada de dificultades. Es preciso combinar ingenio en la elección del tema, ingenio en su exteriorización y una técnica adecuada. La técnica, como casi todas las técnicas, quizá puede aprenderse. Sin embargo, el ingenio no.
El ingenio es una cualidad con la que se nace. Igual que nacemos rubios, altos o narigudos, nacemos con ingenio o sin él. Y he de confesar que tras la lectura de una buena obra lo que más me admira es el ingenio de quien la escribe, el talento del autor. Es frecuente que al finalizar la lectura de un buen libro piense que ni en cien vidas que viviese sería yo capaz de inventar una historia semejante.
El correlato a la admiración que en mí, como lector, causa una buena obra debe ser la satisfacción que siente el autor. No obstante, he de reconocer que la expectativa de ser un buen escritor es en mi caso inexistente. Puesto que la escritura es, a mi ver, una labor difícil y admirable, constituye para mí todo un reto escribir y tratar de hacerlo decentemente, pero no ser un buen escritor pues para ello hace falta condición natural.
Yo creo que la inquietud es hija de la dificultad. El reto, por su parte, es hijo de la inquietud y, como fácilmente podrá comprenderse, nieto de la dificultad. La satisfacción es hija del reto, nieta de la inquietud y bisnieta de la dificultad.
Abstractamente, la dificultad estriba en intentar hacer algo interesante y de calidad. La inquietud, en averiguar lo que resulta preciso para hacerlo. El reto, en conseguirlo. La satisfacción es la placentera sensación que queda tras haberlo conseguido.
Este planteamiento, en mi caso, quiebra en lo que a la escritura se refiere. Lo cierto es que la inquietud sigue teniendo madre, pero el reto murió de inanición y dejó huérfana a la satisfacción, aunque nunca se sabe si los muertos pueden revivir.
La única expectativa que me impulsa a escribir, o a aprender a escribir, es la de conocer cuáles son los instrumentos necesarios para tan difícil arte. Y es que, como decía, la escritura exige una cualidad esencial como es el ingenio.
En cualquier caso, en las personas que, como yo, son desesperadamente perezosas, la dificultad, el reto, la inquietud y la satisfacción no son capaces de caminar por sí solas. Necesitan una chispa que las ponga a funcionar. Muchas veces en la vida tuve intención de comenzar a escribir (o a aprender a escribir) y nunca lo hice.
La pereza es un lastre. Mil ideas bullen en la cabeza, muchas curiosidades existen por satisfacer y, en cambio, muy poca disposición hay de comenzar a caminar. En los grandes hombres la pereza es un fantasma que, de cuando en cuando, aparece en alguna pesadilla. En los mediocres, la pereza es una sombra que se manifiesta continuamente, de día por efecto del sol y de noche por causa de las farolas y de las lámparas. Siempre les acompaña.
Excepcionalmente, el perezoso encuentra el modo de desembarazarse de la pereza. Le da esquinazo y la aparta para hacer algunas cosas. Y consigue deshacerse de ella por la súbita aparición de un impulso irrefrenable que le permite correr más deprisa que a la sombra.
Cuando dicho impulso aparece se produce una gratificante sensación. La pereza esclaviza. Su apartamiento es una liberación para el perezoso porque ahí descubre éste la libertad. Es una libertad interina, eso sí, porque la pereza nunca descansa en la búsqueda del perezoso. Cuando más relajado se encuentra éste después de esquivarla se la vuelve a encontrar sin previo aviso.
Con la escritura, he sentido el impulso. He conseguido deshacerme de la siniestra sombra aunque mantengo la alerta por si acaso. Me ha conseguido atrapar tantas veces después de creerme liberado de ella que ya no me fío nada. Puede volver a aparecer en cualquier momento.
El impulso, en fin, tiene apellidos. En unos casos es el honor, en otros es el deseo, la fama, la necesidad, la virtud, el rencor o la desgracia. El perezoso conoce el apellido y le hace encontrar la fórmula para engañar a la pereza, despistarla, ocultarla. El honor, el deseo, la fama, la necesidad, la virtud, el rencor o la desgracia prenden el cohete que impulsa la actividad del perezoso.
Para que produzcan su efecto, es necesaria la perfecta compatibilidad del impulso apellidado con el alma, porque, según como sea ésta, el impulso presentará una intensidad diferente. En almas benéficas el rencor no arranca el motor. Sí lo consigue la fama en las almas vanidosas o el deseo en las almas insatisfechas.
Hay una excepción. Existe un tipo de impulso que casa con todas las almas. De todos los apellidos que tiene el impulso, el más huracanado es el que empieza por “a” y termina por “mor”.
Sí. El amor tiene la virtualidad de provocar en el bípedo humano comportamientos de enorme importancia. El amor provoca el misticismo, el amor puede generar vida nueva, por amor es posible modificar hábitos muy asentados, por amor puede traicionarse al amigo, el amor convierte en desinteresado lo que en puridad está cargado de interés, por amor se desprecia la riqueza, se destruyen imperios y se abaten muros.
Y es tan fuerte el amor, es tal el torrente de energía que despliega, es tan poderoso, que consigue vencer a la pereza de escribir.

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