Google+ Taller de Escritura Creativa de Israel Pintor en España: Linda, Óscar Hernández

Linda, Óscar Hernández


Basado en la canción “Los silencios de Linda” (LITUS)


Otra tarde más en este café. Mis notas, mi portátil y un caramel macchiato. Intento concentrarme, pero Linda no está por la labor. No me deja quitarle su ropa, su piel. No soy capaz de desnudarla del todo. Se resiste.
En este momento está sola en un callejón oscuro. Un hombre la ha venido siguiendo durante algunas manzanas y no sabe qué hacer —desde luego, la situación no pinta bien—. Ha tenido mala suerte. Ha girado en la esquina equivocada y ahora no encuentra una salida, pero ¿cómo puedo arreglar esto? No ha parado de hablarme en varias semanas y de repente, se ha ido. Aunque no debería sorprenderme que tras tantas horas con ella me las pague con silencio.
En el parque, alguien la espera. Un tipo que conoció hace dos noches. Mata el tiempo observando cada detalle en torno al memorial Strawberry Fields mientras tararea algo que se parece a Imagine. A su lado unos chicos están cantando Give peace a chance y más allá un vagabundo yace aferrado a una bolsa de papel que hace invisible a ojos de la policía una agonizante botella de bourbon.
Me quemo la lengua. Siempre me pasa. Además, nunca recuerdo que no tengo sensibilidad térmica en los dedos. Vuelvo con Linda. ¿Qué quiere este hombre? Puede ser un admirador, nada más. Al fin y al cabo ya cuenta con un cierto renombre en los cafés del Greenwich Village. Llama la atención su particular manera de versionar los viejos standards y sus composiciones, siempre tristes pero con ritmo.
En Irlanda era la cantante de una banda. El humo de los pubs le fue rompiendo una voz que terminó de quebrarse al descubrir que la única manera en que podía seguir adelante era dejándose la piel en cada canción. Y con el tiempo no podía entender la música de otra forma, y aprendió a aplacar el sobreesfuerzo de sus cuerdas vocales con un chupito de whisky. También llamaban la atención sus silencios, la mesura en sus palabras al bajar del escenario y sus ojos, verdes.
Aquel tipo apareció en el bar. Gris, casi invisible. Solamente levantaba la vista de vez en cuando para pedir al camarero otra copa. Linda estaba en el escenario.

Al terminar su actuación se acercó a la barra. Pidió un chupito de whisky y se cruzaron sus miradas. Hubo un instante de luz. Silencios. Besos con sabor a nervios. Bagels para desayunar junto a la boca de metro de Brodway con la 72. Una cita.

A ver, Linda. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué quiere este tipo que te está siguiendo? ¿Estás preocupada por el turista que te ligaste la otra noche? Te está esperando en el parque. Está empezando a pensar que no vas a ir, que lo has utilizado.
Digamos que el tipo se acerca lo suficiente y te habla. No sé qué hacer… Si viene de buenas quizás esto pierda interés. Si viene de malas podría ser demasiado trágico, y no todas las historias de amor deben terminar así. Pero bueno, ¿es esto una historia de amor?
—Oiga, señor. ¿Está ocupado este sillón?
—No…
Joder. Será por sitios en este café. Otra estudiante de Erasmus, con todos sus accesorios: mochila sobredimensionada, diccionario, zapatillas Converse con evidentes signos de haber andado mucho camino… ¿se parece a Linda? Desde luego, tiene los ojos verdes como ella. Pero no. No es ella. Solo es una chica que también viene a hacerse la interesante al café con su portátil, como yo.
—¿Puede ayudarme con el cable de mi laptop?
Dios... Déjame en paz.
—Sí. Dame…
—Gracias. ¿Qué escribe?
—La lista de la compra…
—Yo estoy escribiendo una novela. He venido aquí para documentarme.
Coño… Competencia.
—Bueno, yo estoy escribiendo un cuento, creo.
—¿Sobre qué?
—¿Y tu novela, de qué va?
—Yo he preguntado primero.
—Sobre amores imposibles.
—Uhm… qué típico.
Encima…
Al final me cambiaré de sitio.
Parece que se concentra. Voy a intentar seguir.
Linda, a ver. Estás en el callejón. Te ha alcanzado este tipo que te venía siguiendo. ¿Qué hacemos contigo?
—Yo la dejaría escapar. Acudir a la cita.
Uf. Será cotilla…
La culpa es mía por dejar abierto el cuaderno de notas.
—Gracias. Es lo que estoy pensando, pero no sé si la historia lo merece.
—Vaya, ¿Qué quieres? ¿Vas a matar a tus personajes?
No respondo, a ver si me deja en paz. Hago como que me concentro mientras escribo estas líneas. ¿Quién será esta chica? ¿Por qué siempre me toca a mí aguantar a los pesados de turno? Quizás tenga que dejar de venir a hacerme el interesante a las cafeterías. Voy a fumarme un cigarro…
—Oye, te importa echar un ojo a mis cosas. Voy a fumar.
No problem. Go ahead.
Enciendo el cigarro. Rebajo la ansiedad con la primera calada. La gente pasa a un lado y al otro de la calle, indiferente. ¿Qué estoy haciendo en esta cafetería? ¿Y esta chica? ¿Por qué se ha sentado a mi lado? ¿Y si quiere robarme mis cosas? Mierda, mi historia. ¿Y si me la roba? ¿Y si escribe una novela increíble y se hace rica a mi costa? Otra calada. La nicotina empieza a hacer su efecto. En fin, solo es una chica con ganas de hablar. Pero se parece a Linda… O no. Al fin y al cabo ella solo está en mi imaginación. No tiene cara, ni cuerpo. Solo es el personaje de este maldito cuento que se me está atragantando. Pero, y el tipo del bar ¿soy yo? ¿Soy, quizás, el que la está siguiendo?
Esto no me pasaba antes, cuando escribía en casa, de noche. La combinación entre el silencio y luz de las farolas colándose por las rendijas de la persiana entreabierta era mi ambiente perfecto, y sin embargo ahora llevo viniendo tantos días a esta cafetería que he perdido la cuenta. Y no consigo avanzar. Quizás, como Linda, esta historia haya llegado a un callejón sin salida. Tal vez sí que quiera matar a mis personajes y hacer como si nunca hubieran existido.
Se me termina el cigarro. Enciendo otro. Respiro. Me intoxico.

Al volver reviso que está todo en orden. La chica me dirige una mirada risueña. Me ha estado mirando así todo el rato. Me siento y vuelvo a mi historia. El tipo del parque tiene que estar ya cansado de esperar. Y Linda, congelada en aquel callejón oscuro, asustada, mientras yo alargo este momento no sin cierta crueldad.
            Tengo demasiadas preguntas. No puedo seguir. Estoy atascado. Creo que he perdido mi toque. ¿O serán las circunstancias? No tengo ánimo de recibir otro “no” de la revista. Otro “está bien, pero debes tratar de darle un poco más de ritmo a esta historia, y, como siempre, condensa, que te extiendes demasiado en las descripciones”. Mi tolerancia a la frustración está llegando a su límite. Me hace mella en el ánimo de seguir con esto. Y esta chica no para de escribir… ojalá recuperara yo esa soltura. Recuerdo las primeras luces, cuando todo eran palabras e historias apasionantes. Recuerdo mis sentimientos, ante cada situación que imaginaba: Angustia, felicidad, tristeza… Sin embargo ahora me siento plano. Vacío.
            Tal vez deba tomarme unas vacaciones, desconectar del mundo y viajar, como esta chica. En serio ¿por qué se habrá sentado justo a mi lado? Hay muchas mesas y sillones libres. Es guapa, ciertamente. Y parece interesante. Se parece a Linda, definitivamente. Quizás deba intentar seguir hablando con ella. Dicen los cursis que nunca se sabe donde puedes encontrar el amor, y yo llevo demasiado tiempo solo. Tal vez pueda encontrar un final para esta historia. Se ha enfriado mi café.
—Perdona, chica… ¿Cómo te llamas?
—Linda.
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