¿Por qué o para qué escribo?
La verdad es que comienzo a escribir este ensayo sin mucho convencimiento. Puedo indagar en los motivos que me han llevado a escribir e incluso situarlos en un contexto: histórico, social, biológico o, tal vez, llevarlo al terreno de lo personal. Puedo preguntarme por las razones y especular con ellas para tratar de dar coherencia y sentido a algo vivido de forma natural. Nunca me he parado a hacerme esta pregunta, pero me gusta lanzarme a la aventura de tratar de responderla. Aunque quizás mi fascinación por la literatura es precisamente su naturaleza misteriosa, escurridiza, que nace y muere en el mismo tiempo en que se produce.
La verdad es que comienzo a escribir este ensayo sin mucho convencimiento. Puedo indagar en los motivos que me han llevado a escribir e incluso situarlos en un contexto: histórico, social, biológico o, tal vez, llevarlo al terreno de lo personal. Puedo preguntarme por las razones y especular con ellas para tratar de dar coherencia y sentido a algo vivido de forma natural. Nunca me he parado a hacerme esta pregunta, pero me gusta lanzarme a la aventura de tratar de responderla. Aunque quizás mi fascinación por la literatura es precisamente su naturaleza misteriosa, escurridiza, que nace y muere en el mismo tiempo en que se produce.
"Marisa" (Raul Nieto Guridi - guridi.blogspot.com) |
Alguien me dijo una vez, en una de esas encrucijadas de la vida, refiriéndose a un asunto sentimental: “Primero se quiere y luego se pregunta por qué”. La frase me sorprendió y en su momento no la entendí. Pero trasladando esta sentencia a la escritura, justifica mi rechazo a atender, digamos, a razones. No quiero saber de manera expositiva el por qué de esta extraña pasión. Como tampoco quisiera que la ciencia terminase por saber, a ciencia cierta, por qué se ama, aunque ya cada vez cree estar acercándose a explicaciones muy concretas y parámetros medidos sobre sus fechas de caducidad, su contenido químico, su baile hormonal, sus formas sociológicas y culturales. Pero cada uno inventa su propia historia emocional como su propia idea del amor. Su ambigüedad, y a la vez, su particularidad, nos hace más libres.
Pero… si debo explicarme, ¿en qué términos me explico? No hay en la vida de nadie una secuencia lógica, a no ser que así lo quiera. Ni tan siquiera en la construida por una colectividad. Al contar, seleccionamos e interpretamos. No tendré otra manera. Aunque este texto sea un ensayo, quizás tenga que recurrir a mi pasado para responder a mi presente. La pregunta me alude. Pero quizás no haya un hilo conductor, sólo recuerdos, que caen como cartas lanzadas al aire, mezcladas, boca arriba, o pegadas al suelo.
Muchos estudios han rastreado la habilidad de narrar en el hombre y las formas de sus relatos. Contamos las cosas, las enumeramos, las etiquetamos, les damos un nombre, las pronunciamos, tratamos de hacernos entender y de ser inteligibles. Pero nos debatimos entre el impulso de comunicación y su imposibilidad. Creo que de ahí parte mi escritura. De tratar de aprehender el mundo y entender el comportamiento humano. Y eso se consigue con la experiencia. La literatura también es una experiencia. Algunos autores consiguen mediante recursos expresivos traernos a la conciencia nuestras intuiciones. Al leerlos tenemos la impresión de descubrir aspectos ocultos de la vida. A mí al menos me ocurrió así y me sigue ocurriendo. Recuerdo mi fascinación por Huxley. Su capacidad para introducirse en la mente de los personajes y describir cómo se desenvolvían en una determinada época secuestraba mi atención. No sentía el paso de las horas y penetraban en mí sus sutiles percepciones como una implosión de lucidez, que a veces me hacía leer y releer una y otra vez una frase o una descripción, una escena o una metáfora. Y admirar profundamente.
Desde muy pequeña me ha gustado leer y que me contaran cuentos. Como a casi todos los niños. Tuve la suerte -y por eso lo refiero- de cruzarme en mi vida con un profesor de escuela que me marcó para siempre. Algunos días a la semana nos sorprendía con una en apariencia angustiosa tarea para el día siguiente llamada Texto libre. ―Para mañana, Texto libre―. Y con cierta extrañeza no reconocida leíamos unos y otros nuestros textos especialmente atentos, al menos yo. A su vez, recuerdo un libro de poesía para niños ilustrado, de Federico García Lorca. Dejaba una página en blanco para que pudiésemos dibujar y escribir un poema. Era toda una invitación.
Estoy tratando de explicar a través de la razón un aspecto de mi vida, como es la literatura, que va más allá de lo racional. No hay una sola causa, ni causa-efecto, ni siquiera sé si hay causas o sólo se trata de un gusto, una atracción por algo que me proporciona un intenso placer. La razón, la lógica, es sólo una línea que atraviesa como una vena la complejidad del organismo humano, pero no hace funcionar todo el conjunto ni explica todas sus motivaciones y acciones.
También me veo a mí misma subida en una silla explorando una estantería poblada de libros, escogiendo uno al azar y llevándomelo a mi cuarto como un tesoro robado. Quizás fue una especie de confianza que me tomé demasiado pequeña con personas de todo tipo que se atrevían a manipularme a través de páginas escritas. Puede que hubiese también cierta predisposición en mi carácter, una mezcla de timidez y curiosidad. Esto me hacía consciente de las dificultades que entrañaba el intercambio con otras personas del propio mundo, un mundo observado en ocasiones desde la extrañeza. O quizás es que se acercaba la adolescencia. Se da la contradicción de una arrebatadora curiosidad por el mundo y a su vez un cuestionamiento de la mayoría de sus normas.
Siempre me había gustado hacerme la dormida mientras los adultos charlaban a altas horas de la noche sobre diversos temas, escuchar sus conversaciones desde el privilegio de parecer ausente revela mi verdadera vocación: la de espía. La sospecha de que más allá de la apariencia, de las acciones y comportamientos visibles de los hombres había un mundo privado de intenciones secretas, sentimientos no expresados, deseos, sueños no cumplidos, y, el acceso a ese misterio, era posible a través del diálogo con los libros. Ese diálogo se iba confundiendo con un diálogo íntimo y fue convirtiéndose en una mirada cada vez más deformada por la literatura.
Leyendo podemos escuchar una voz que nos va revelando lo común a todos y a la vez lo singular, lo irrepetible de cada uno. Es una puerta a lo inaccesible. En cuanto a la escritura, distingo entre una escritura privada, que nunca he dado a leer y que comenzó en forma de cartas, cuentos, poesías y diarios o, como yo digo, cuadernos con fechas, y otra escritura que comencé a mostrar a otros cuando alguien tiró de mí. Mis primeros escritos, quizás, contenían también un principio de utilidad, de supervivencia o de disfrute más amplio y rico de la vida. Hablarme a mí misma y hablar como otro. No he tenido nunca ninguna pretensión concreta con mi escritura, ninguna finalidad pensada. Encuentro en la expresión literaria una manera de ampliar significados, de contemplar el mundo desde otros puntos de vista, de renombrar las cosas con otros matices distintos a los ya existentes en los diccionarios. Simplemente vivir otras vidas y perder la noción del tiempo y de mí misma.
Un día leí en un periódico un anuncio. Taller de Escritura. Me informé y me aventuré. A partir de ese momento comencé a escribir en forma de relatos y supe que podía aprender una técnica y mejorar. Hay entonces una voluntad de crear, sabes que otros te leen y procuras cuidar más lo que escribes. Para mí, lo mejor de escribir relatos es poder olvidarme de todo mientras estoy escribiendo. No es que vaya totalmente a la deriva, hay reglas del juego, digamos, que he interiorizado a través de la lectura, pero, la mayoría de las veces, aunque suelo partir de una idea, la escritura se va abriendo paso en el papel y los personajes viven y me sorprenden. Sin esa sorpresa no me gustaría escribir. Todos somos muchas personas a la vez, de ahí la posibilidad de intercambiarnos por otros en la escritura. No me gusta escribir sobre mí misma de manera autobiográfica, al menos en lo que se refiere a los textos que comparto y que adoptan forma de cuento. Prefiero recurrir a la imaginación, aunque su materia esté contenida en mi propio cerebro, es inevitable.
No sé si he respondido a la pregunta de por qué escribo, quizás mejor me he respondido a la de por qué sigo escribiendo. Con el proceso de aprendizaje disfruto, cada propuesta me motiva y, ahora, hago una doble lectura cuando leo a quienes han sabido expresarse con grandeza, con maestría. Una por puro placer, que en ocasiones me reconcilia con el mundo a través de la sensibilidad y la inteligencia, y otra, para seguir aprendiendo. Mejorar, explorar las posibilidades que el lenguaje nos ofrece y comprobar que el ser humano es complejo, tan contradictorios otros al menos como uno mismo. A veces, la lectura y la escritura es como mi refugio, cuando creo que todo lo demás me falla. Entonces se produce ese contagio de humanidad (con lo mejor y lo peor, lo que somos) a través de los libros y vuelvo a lo cotidiano con más firmeza.
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