Siempre he tenido dificultad a la hora de enfrentarme con mis sentimientos. Cuando alguien me hace daño, o simplemente me cuestiona, respondo de forma desproporcionada: o bien ataco, o bien huyo, o, las más de las veces, inhibo una respuesta, guardando en mí una semilla de rencor que, pasado el tiempo, explota en mi boca, enorme ya de tanta alimentación recibida, como un saco lleno de culebras abierto de golpe. Siempre he tenido miedo a que me dejaran de querer. Es un miedo paralizante y castrador que me ha impedido decirle a mis seres queridos, y a los no tan queridos, algo tan simple como: “eso que has dicho me ha hecho mucho daño”, “no estoy de acuerdo contigo en esto”, “sería conveniente que hagamos turnos de limpieza”. Es miedo a enfrentarme con mis sentimientos, con mi verdad, con mis necesidades. Es una obligación imperiosa de que toda persona que pase por mi vida hable bien de mí, por encima, incluso, de mí mismo… la mayoría de las veces.
No recuerdo cuándo este miedo empezó a suponer un problema real en mi vida, supongo que fue ya en la adolescencia, hasta convertirse en una pesada carga para mí, una rémora grande y gorda, limitante.
Sí recuerdo cuándo decidí terminar con él. Hoy.
Mi plan es sencillo pero ambicioso: dejar de darle de comer para que muera de inanición. Siempre se ha alimentado de inseguridad, de carencias afectivas, de falta de valentía, de negación a sentir, de mi pobre inteligencia emocional, y yo siempre he actuado como un solícito chef que preparaba con resignación todas estas recetas. Pues se cerró la cocina. Me enfrentaré a él desde la terapia culinaria, la misma que él ha utilizado contra mí.
A partir de ahora voy a alimentarme con ricos y variados platos todos ellos condimentados y degustados con placer extasiante, voy a convertirme en un sibarita emocional. Ricas recetas de autoestima, de seguridad en mí mismo, de amor, hacia mí mismo para poder amar a los demás, de asertividad, de tranquilidad. Bien, ¿y eso cómo se hace? Está claro que necesito ayuda, ayuda profesional. Tengo que ponerme en contacto con un terapeuta psico-culinario. No es fácil encontrar profesionales especializados en este tipo de ayuda, en las páginas amarillas no aparecen, en Internet es complicado y difuso hallar su rastro… Sigo preguntando e indagando aquí y allá y, finalmente llega a mis oídos la celebración de la II Feria de Terapias No Reconocidas por la Medicina Ortodoxa, espero tener suerte.
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Llego al recinto ferial y apenas hago caso de los chakras, de las flores de bach y esencias rainbow, de la musicoterapia y la homeopatía, de la risoterapia y la hipoterapia, y voy corriendo hasta un stand, casi oculto tras un plotter que anuncia un spa especialista en talasoterapia. En el stand hay un hombre, menudo de cuerpo, manos delicadas, pelo encrespado, nariz aguileña, ojos pequeños y penetrantes, que irradia una serenidad y una seguridad en sí mismo que me rinden a sus pies: este hombre puede ayudarme.
-Necesito su ayuda, señor…-
-Ezequiel Ramos. No me diga más. Se siente hastiado ya de cargar con ese peso que le impide ser feliz, con esa losa que lo empuja hacia la tumba social, con esa cadena que lo lastra en sus relaciones.-
¡No quepo en mí de dicha! Por fin alguien que me puede ayudar, alguien que me comprende y que sabe de lo que habla. Ezequiel Ramos es un auténtico profesional. Me hace unas pertinentes preguntas y una serie de pruebas. Me cita en su consulta para el próximo martes y así comenzar la terapia. Eso sí, se despide de mí con tranquilizadoras palabras:
-No se preocupe. Lo suyo tiene arreglo.
Ya en su consulta, Ezequiel Ramos se muestra de lo más atento y comprensivo. Yo le cuento mi problema, no hallo juicio en sus gestos ni en sus palabras cuando me dice:
-Vamos a ponerle a dieta, señor mío. Usted solía alimentarse, sobre todo, de platos precocinados a base de sentimiento de culpa, de resentimiento, de huida ante el conflicto, de baja autoestima, de no expresión de los sentimientos, sean cuales sean… Vamos a cambiar eso. La dieta debe ser estricta. No se preocupe yo estoy aquí para ayudarle.
Me marcho a casa sin estar seguro de lo que voy a empezar.
Los primeros días no me han ido mal, tampoco he tenido nada a lo que enfrentarme… pero han empezado las complicaciones. Los conflictos, las indecisiones, la autoestima por los suelos, son más complicados de educar de lo que nunca pensé, al paladar emocional que mi miedo y yo compartimos le está siendo muy difícil adaptarse, se huele, creo, que el objetivo de esta terapia es eliminarlo de la ecuación y se ha puesto panza arriba dispuesto a defenderse.
-Estoy a punto de vomitar- Comento, sudoroso a mi hermano mientras siento una bocanada de bilis que fluye desde lo más profundo de mi vientre mientras me veo obligado por mi terapia a enfrentarme con asertividad a mi necesidad insatisfecha de reconocimiento. Consigo tragarme el vómito de gritos, reproches y proyecciones en él de mis propias carencias y me hago responsable de lo que digo y hago. Estoy a punto de desmayarme.
La lucha continua y mi terapeuta psico-culinario perfora más y más mis papilas gustativo-emocionales para que el camino hacia la exquisitez se abra paso entre la bazofia a la que estoy tan acostumbrado.
Durante el proceso estoy teniendo serias recaídas: atracones de agrios gritos y gruñidos ante situaciones de fácil solución, vomitonas de amargos reproches, fuertes ataques de ácidos sentimientos de culpa, dulces huidas enmascarando problemas reales. Pero persevero en mi decisión. Mi miedo aprovecha cualquier excusa para aferrarse a la vida, pero yo aprovecho cualquier situación para continuar con la lucha.
Hace un año que sigo dieta rigurosa. No ha sido fácil, pero, finalmente, mis papilas gustativas se han acostumbrado a los frescos sabores, ahora sí soy capaz de percibir el abanico de matices, de la plenitud emocional y no permiten ya paso a la comida basura de la que me alimentaba. He vencido al miedo con sus propias armas. Engordé mi autoestima y confianza.
Hoy me voy a deleitar con un plato especial. Mi viejo miedo, arrugado, pequeño y vencido, se ha convertido en una pequeña trufa, así, para celebrar este aniversario me voy a dedicar un revuelto de mollejitas de pato y trufa con chalota y finas hierbas. ¡A mi salud!
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